miércoles, 9 de abril de 2014

La tía Lucrecia


María Lucrecia Tello Marulanda. Los sobrinos creíamos que era una especie de sabelotodo, y una hormiguita que hacía por veinte en Santander de Quilichao, esa tierra de oro que los abuelos vieron transformarse, desde su casa del Parque Santander, de un pueblo de paso a un prometedor asentamiento, quizás el más importante del norte del Cauca. Ellos murieron cuando todavía el ferrocarril estaba vivo y llevaba pasajeros y carga desde Cali hasta Popayán, y alimentaba la vida de pequeños pueblos y caseríos hasta donde se viajaba a mercar (Timba, Quinamayó y Guachinte, hacia el oriente de Jamundí, y Mondomo, Piendamó y Calibío hacia el sur). Y la tía Lucrecia era una cosa y la otra. Y era más, porque siempre andaba ocupada en mil asuntos, y se enfundaba en unos tenis talla 34 para subir a Munchique a visitar a los Tróchez, trayéndose uno tras otro para que mientras trabajaban en la casa aprovecharan para ir a la escuela, y llegaran a hacerse líderes de sus resguardos; o salía con su proyector de cine de 16 milímetros a proyectar en las paredes blancas de alguna casa películas de Chaplin o de aventureros o de romances en blanco y negro que llenaban de ilusiones y de sueños a decenas de niños; o atendía en la biblioteca "Pablo Marulanda" (así llamada en honor al abuelo materno que vivió en Rionegro y conoció a José María Córdoba) a chicas y muchachos de las escuelas y los colegios que no tenían dónde hacer consultas para cumplir con sus tareas; o vendía El Campesino; o compraba artesanías a los indígenas y a los negros de Villa Rica y Puerto Tejada; o andaba organizando el grupo de "Los Alegres Negritos", de Dominguillo, para que ensayaran con sus violines de guadua y sus percusiones ancestrales hasta llegar a conquistar un premio de Asocaña que les valió participar en la grabación de un disco.

Antropóloga, historiadora, periodista...

Estudió en la Universidad Javeriana, en Bogotá, en una época de gran agitación política. Y luego estudió más, y toda la vida estudió. Y llegó a pertenecer a la Academia de Historia del Cauca. Y soñaba con crear una Casa de la Cultura, propósito para el cual compró la casa de las tías abuelas Marulanda, lugar que llenó de cientos de fotografías y de libros. Y cantó en el coro de la Universidad del Valle cuando lo dirigía el maestro Simar, y cantaba también en las novenas navideñas, y en el pueblo se la tenía por consejera, por animadora cultural, por activista y defensora de derechos de los paeces y de los negros del norte del Cauca.


Recuerdo andar por la galería (la plaza de mercado) y por el parque, con los primos Guido Alfredo y Bernardo Antonio, voceando a todo pulmón "Mundo Nuevo", un periódico que hacía y financiaba completamente, y que pudo sostener por algún tiempo. Recuerdo sus archivos llenos de fotocopias de documentos para su proyecto de escritura de una Historia de Quilichao, o para sus investigaciones sobre la genealogía de algunas familias quilichagüeñas, o para desenredar la madeja de historias asociadas con la esclavitud, o con los derechos territoriales por los que los indígenas debían levantarse contra las familias terratenientes del departamento.



Hoy, tras publicar una serie de fotografías tomadas por ella en Bogotá, el 9 de abril de 1948, tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, recibí un mensaje de algunos amigos quilichagüeños quienes me cuentan que trabajan en un proyecto de Casa de la Cultura y que propondrán que lleve su nombre. Tras la muerte de la tía recuerdo que propuse que la casa de los abuelos se convirtiera en sede de una fundación, y que allí se creara la biblioteca "Pablo Marulanda", que se alojara la Casa de la Cultura, que se exhibieran los cientos de piezas de cerámica precolombina que rescató de los guaqueros, sus artesanías, sus fotografías... La casa se vendió y los proyectos se diluyeron. Yo conservo una parte de los archivos de la tía, y es probable que trabaje en alguna publicación que permita a sus coterráneos conocer sus escritos, sus poemas, algo de tanto por lo que trabajó.



Me animé a escribir esta nota por sugerencia de algunas amigas. Y no la hago más larga porque sé que debo dedicar más tiempo y más letras para recordar a la Tía Luca, para hacerle un homenaje a la altura de sus realizaciones. Debo ahondar más en los archivos, en sus apuntes, en sus fotografías, en mi memoria y en la de mis familiares.

Publico las fotografías del "Bogotazo". Inéditas (no sé por qué nunca las hizo públicas). En alguna parte, creo, están los negativos.



Una fotografía reclama de quienes la observan imaginar un tiempo ido. También, cuando se trata de documentos sobre eventos históricos, que pensemos en la estupidez, o en el heroísmo, o en la condición de los humanos. Impone que nos pensemos y que tratemos de que el mundo que vivirán nuestros hijos sea algo mejor.


Prometo hablarles más de la tía en muchas nuevas ocasiones.


Un abrazo.


Luis Jaime,
En Bogotá, abril 9 de 2014

2 comentarios:

  1. Jaime, muy sentido tu homenaje a tu interesante y muy valiosa Tía Lucrecia, a quien tuve el honor de haber conocido y haber visitado en su casa de Quilichao por esos años maravillosos de mi adolescencia tardía.
    Recibe un estrecho abrazo, Lalo

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  2. ...todo un abrebocas para conocer la obra de una abnegada y valiente mujer, apasionada con su trabajo...quizá nunca lo publico porque pensó que no era aún una crónica completa y su pundonor de periodista profesional le impedía dar información no muy completa, convirtiendo entonces en lo que mas adelante sería un competo relato en una desapacible pacotilla....una ética que ya se perdió en la politiquería y las dádivas que son hoy día la razón de escribir de nuestros "periodistas"...

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