jueves, 14 de marzo de 2013

Leer, Pensar, Escribir...


Igual que en el bolero Por la vuelta, de Felipe Pirela con la Billo´s Caracas Boys, de hace ya más de cuarenta años, "La historia vuelve a repetirse...".

Y se repite con casi todos los temas que las "actualidades" de los medios nos traen: la muerte de un presidente, la exaltación de un pontífice, el incremento de las desgracias para los trabajadores de todos los lugares del planeta, la triste constatación de que vamos avanzando a pasos cada vez más rápidos hacia el despeñadero porque en el mundo todo cambia para que nada cambie, o todo es diferente para que sea cada vez menos igual (o, de otro modo, peor).

Y no es que haya pesimismo de este lado. Entro a mis salones de clases y veo decenas de personas espantadas con la incertidumbre de estos tiempos pero, todavía más grave, con la sensación de que ingresan desarmados a una contienda que no han elegido, de que del lado del camino que recorren no perciben más que celadas, invitaciones a hacerse tramposos, de que ninguna de las "armas" con las que suponen que les dotaron sirven para vivir mejor, para sentirse bien consigo mismos, para hacer cierta la ilusión de un mundo en el que puedan amar y sentirse amados, crear y crearse, aportar a otros, hallar un sentido para sus vidas. Parecen avanzar por la vía de los acomodamientos y las renuncias, más todavía si deben demorar más la declaración y el uso de sus autonomías, sus certezas, sus libertades y sus derechos.

Hace algo menos de un mes las noticias hablaban de España ("...camisa blanca de mi esperanza / reseca historia que nos abraza / por acercarse sólo a mirarla; / paloma buscando cielos más estrellados / donde entendernos sin destrozarnos / donde sentarnos y conversar...")

Hace menos de un mes, también, nos llegaban los resultados de una serie de estudios realizados en nuestro continente, donde se mostraba que hay cada vez menos jóvenes lectores, que algo así como el 60% de los egresados de los programas de educación media exhiben un preocupante bajo nivel de comprensión de lectura, y que a nuestras universidades llegan cada año más grandes contingentes de cuasianalfabetas.



Llegué a la docencia por accidente. O por necesidad, tal vez. Un joven universitario que debe resolver la vida no tiene muchas opciones, y yo debí asumirme como profesor de otros jóvenes apenas menores que yo, repitiendo los temas que apenas un año antes se dictaban en mi universidad. Tuve la suerte de que se me ofreciera una monitoría por parte de un amigo profesor, y comencé a hacerme preguntas sobre el sentido de la educación, sobre los programas formativos, sobre las cualidades de los buenos maestros...

En Colombia nos preciamos de contar con unos planes educativos muy completos. Criticamos la educación en países como los Estados Unidos, donde los jóvenes saben poco o menos que lo que "aprenden" los nuestros. Hay quienes dicen que hablamos el "mejor" español del mundo. Y otras bobadas por el estilo.

Lo cierto es que una educación que no forma gente pensante sólo puede conducir a la existencia de pueblos infelices, domesticados, pasivos...

Pero los sistemas educativos no pueden formar pensadores cuando su propósito más claro es "llenar" con informaciones varias a los jóvenes. Varias e inútiles. Ninguna materia tiene que ver con otra, ningún conocimiento se vincula con las experiencias de los estudiantes, los docentes repiten "verdades" que otros les ofrecieron como moneda buena, y ni los alumnos ni los educadores saben para qué saben lo que supuestamente saben. Nada sabemos.

De la imaginación ni hablar. Está prohibida. Una señora que actuaba como directora de grupo de mi hijo menor, cuando él apenas tenía siete años, tuvo la desfachatez de mandarme una nota en la que afirmaba que era un "líder negativo", ya que se resistía a su deseo de verlo juicioso y obediente copiando en sus cuadernos decenas de tonterías que ella consideraba conocimientos.

Mis estudiantes universitarios no saben leer. Nunca han leído. Aprendieron a distinguir letras, palabras, frases y oraciones. Pero no saben hallar el sentido de una expresión, no tienen idea de que el sentido guarda relación con un contexto, de que los enunciados son unidades de sentido que se articulan unas con otras para producir un sentido que va más allá del sentido de cada secuencia de palabras. Odian las matemáticas, porque las padecieron como un castigo, y desconfían de su capacidad de hacer preguntas porque les hicieron sentir que quien hace preguntas es un despistado, o un provocador, o un excéntrico, o una persona que gusta de perder el tiempo y hacérselo perder a otros.

Carecemos de educadores. En el mejor de los casos, los profesores de nuestras secundarias, y muchos del sistema de educación "superior", tienen la buena memoria de quien logra repetir ideas ajenas consignadas en un libro, y el buen criterio (o la buena suerte) de quienes alcanzan a distinguir entre buenos y regulares textos. En sus prácticas habituales, posan de sabedores y exhiben su capacidad para recitar fragmentos más o menos prestigiosos extraídos de los libros que alguien les dijo que sobresalían en algún campo del saber. Hacen exámenes, que corrientemente consisten en la presentación de un cuestionario para el cual no hay más respuestas que aquellas que concuerdan con las "verdades" de un texto o con aquellas que ellos mismos han podido extraer de los libros que fueron obligados a leer y de los que de alguna manera reniegan.

Hay quienes se acogen a la más triste expresión de la llamada "sabiduría popular", y excusan los modos de hablar y de escribir más atroces con el "argumento" de que la incomunicación es asunto de "malos" entendedores. Y entonces disculpan también la pereza, que les regala la comodidad de las frases hechas, de las fórmulas verbales que se intercambian como verdades en el mercado de las conversaciones cotidianas, de las "verdades" de las ciencias que no interesa comprender. Y entonces, no hay crítica posible, no hay dudas, no hay emoción ni conmoción por el descubrimiento de un saber.

Afirmo que no se puede escribir sin pensar. Más aún, que no se puede leer sin hacerlo. Pero a nuestros jóvenes les han hecho creer que una buena lectura no es otra cosa que un buen ejercicio de la memoria. Los exámenes lo prueban: estoy seguro de que sólo los docentes mediocres hacen exámenes para pedir que los estudiantes repitan sus precarias, tontas, inútiles "verdades".

Pensar supone tener la capacidad de ver, de hacer distinciones, de agrupar elementos, de establecer relaciones, de aventurar hipótesis, de hacer síntesis, de producir comentarios, de apropiar ideas, de construir expresiones que den cuenta de lo que llegamos a comprender. Lo demás es repetir frases (huecas, porque donde no hay comprensión no hay más que el eco de un sonido que puede confundirse perfectamente con el ruido).




Escribir (de verdad) supone producir ideas, no transcribirlas o recordarlas. La escritura es creación o no es escritura.

A nuestros jóvenes los "educaron" en la memorización y en la repetición de pedazos de verdades ajenas. Y ninguna universidad parece haber comprendido (quizás no interesa, porque el negocio se echa a perder) que no puede haber formación cierta sin personas que piensen.

Los docentes poco producen. No escriben. Leen lo que se presenta como novedad, como "nuevo" discurso, así lo nuevo sólo tenga que ver con que hay una edición reciente de un discurso hace tiempo instaurado. Leen nombres que se ponen de moda en cada área del conocimiento, pero no de-construyen los conocimientos para comprobar qué tanta validez tienen. Leen "verdades" que les permiten dormir tranquilos y cobrar mensualmente una suma para pagar los arriendos, para distraer a sus parejas, para comer de vez en cuando un plato gourmet o tomar un licor "prohibido" mientras hacen gala del mal gusto que cuelga en sus paredes en forma de reproducción de una prestigiosa obra del dudoso arte moderno o del validado arte de tiempos ya pasados.

Los docentes no escriben. Si lo hacen, es para demostrar que han desarrollado capacidades para "copiar y pegar" verdades ajenas, lo que le reprocharían a sus estudiantes si leyeran los "trabajos" que les imponen.

Pensamos mal. Leemos poco o casi nada. Escribimos menos.


NOTA: Me he propuesto escribir sobre asuntos que inevitablemente pienso (y me ocupan) cuando ejerzo como docente. En mi caso, no hay verdades sino inquietudes. Y espero que haya contradictores, críticos y comentaristas de mis notas. Transformar el mundo es imposible sin ideas, y no hay ideas transformadoras hechas a la medida de las necesidades de nadie. Habrá que pensar (leer, escribir).