miércoles, 26 de febrero de 2014

NOTA: No hay una dedicatoria porque hay una dedicación... Vos sabés.

Caro Recuerdo

Puede ser la lluvia. O tal vez no. También hay un café y la neblina de un par de cigarrillos que se ha instalado a la altura del techo y allí se difumina por la sala. Hay otras circunstancias, y hasta una colección de objetos que me acompaña en un espacio que ha ido recibiendo mis recuerdos, los trazos discontinuos de otros tiempos, de empresas iniciadas o terminadas, de dulces fracasos, de quimeras y sueños, la historia que desordenan los libros y los discos en un alfabeto que impone otros sentidos, aquellos que propone cada visitante, tantos y diferentes modos de armar el andamiaje para futuros encuentros e inimaginadas ocupaciones o proyectos. Y con la lluvia vos. Como un espejo, el otro lado de esa fotografía que rescataste  del montón de tantas otras, un viaje en tren por entre las montañas que cercan tu ciudad, que es la mía, donde otra ventana me asoma a tu mirada perdida en los múltiples temas que siempre traen las lluvias, o el café, o los libros, y siempre la música.


Pensar que hay un espejo me ayuda a imaginarte; ver llover es para mí situarse como tras una cortina, no porque busque ocultar el afuera sino porque hay el anhelo de volcarme hacia adentro. Y el mío esta tarde sos vos, pidiendo que adivine qué canción le vendrá bien a tu nostalgia. Y busco (Adamo, Albano, Aznavour…) esa tarde en que pude simular que recorría tus mismos caminos bajo el sol liviano de las cinco y el profundo azul que tantas veces rompe las fríos de mi ciudad, la tuya, y que se instala en las paredes de las casas, en el parque (niños y perros, parejas en los prados, el vendedor de helados o de golosinas), en el sol de la callecita donde te imaginé, el pelo suelto y los pasos tranquilos de quien puede dejar el trabajo y las obligaciones encerradas, bajo llave, como bien les viene y merecen de vez en cuando; una calle como todas las calles de las adivinaciones y el deseo, y que está en todas las ciudades del planeta, en la que se espera y se siente una presencia que es justo aquella que se reclama del otro lado del espejo, la carta o la fotografía…

La música te trae, te propone desandando caminos, forzando los recuerdos hasta una invención en la que llegamos a estar juntos, capaces de abolir los mundos del espejo, dispuestos a mirarnos del otro lado de esa fotografía, que a duras penas se sugiere en la línea que proponen tus ojos (los míos: estoy allí, te miro, vos sabés), y entonces busco entre los discos otra canción (la que me estás pidiendo, la que propone ese otro modo de decirnos cuánto nos buscamos), y la encuentro justo en el momento en que recuerdo un texto y lo leo (te leo) y regreso a la imagen de tu fotografía, a ese espejo que devuelve un gesto tuyo que confirma mi esperanza en esta tarde nuestra de lluvias y calles, y de espejos.

En Bogotá, febrero 26 de 2014

miércoles, 12 de febrero de 2014

Jesús Alberto Valdés Alvarez

En la Universidad del Valle le decíamos simplemente "Chucho". Era callado, taciturno, y solía sentarse en los puestos de atrás en un salón al que llegábamos después de subir unas escaleras y atravesar un pasillo que nos hacían sentir como en el último rincón del mundo. Allí llegábamos pocos, los del grupo de primíparos, para iniciarnos en los discursos y las experiencias de una carrera que todavía no inventaba énfasis y, por el contrario, nos permitía inventarla sin los cuentos organizacionales o periodísticos que hoy abundan y poco sirven para que este país y este mundo sean mejores.

Hablaba poco. Supe que vendía gelatinas que hacía un tío suyo por los lados de Siloé. Una vez fui a su casa y conocí a su madre y a su hermana. En segundo semestre, en un Seminario que dictaba Jesús Martín, nos encontramos haciendo parte de un grupo que intentaba saber qué espacio dedicaban los periódicos del país para tratar asuntos políticos, deportivos, económicos, culturales, comerciales, etc. Ya comenzábamos a decepcionarnos, o a advertir que si llegábamos a actuar como comunicadores no haríamos lo que suelen hacer quienes se dicen comunicadores. La pregunta por el sentido se hizo carne y habitó entre nosotros desde entonces, y muchos aún seguimos haciéndola, porque descubrimos que no estamos bien con el país, con los dictados de los tiempos, con las exigencias de un mundo que cada vez es menos confortable para la mayoría.



Tras el allanamiento a las residencias universitarias, volvimos a vernos porque Chucho andaba sin un espacio para descansar. Había participado en algunas experiencias de invasión en el Oriente caleño, y sé que estuvo muchas noches cuidando el cambuche que esperaba sería su casa. En Miraflores encontró asilo, en el sótano feliz que yo compartía entonces con Eugenia. Allí tuvimos noches memorables, al lado de Armando y Jesús EduardoRojas, Walter Mondragón, Fernando Molina y Hernán López. Ocasionalmente llegaban otros visitantes a compartir unos vinos, mucha "carreta", dibujos y poemas, decenas de canciones, litros de vino y de afectos, historias y sueños.

Un sueño nos embarcó en la empresa de viajar por el Cajambre desde la desembocadura hasta la cumbre de los Farallones de Cali. La expedición Botánica, que intentaba emular el trabajo del sabio Mutis, nos llevó a perdernos de la Sultana para conocer en vivo las ratas de monte, los guácharos del Pacífico, las boas, las lechuzas, las ardillas, las poblaciones apartadas y excluidas de nuestro litoral recóndito, a hacernos sensibles a voces que nunca habíamos escuchado y que más adelante nos volverían a unir en el propósito de ser útiles para otros.

Nos hicimos un poco más amigos, porque el trato despótico e infame de un vasco con ínfulas de nuevo conquistador hizo que viéramos que quienes nacimos y habitamos este fragmento del mundo tenemos corazón y ganas y fortaleza y capacidad para que el planeta sea distinto, mejor, amable y solidario.

Volví a verlo unos años después, tras regresar de un tiempo de trabajo en Tumaco. Alvaro Pedrosa me había invitado a cocinar un sueño alfabetizador que implicaba hacerse amigo de las gentes de varios corregimientos de Jamundí y del Distrito de Aguablanca, en Cali, y llegó el momento en que necesitábamos las ganas, el entusiasmo y la dedicación de otros amigos. Y llegaron Aurora, y Alberto y Chucho y Fernando. Y luego hubo los gérmenes de la Fundación HablaScribe, y más adelante la propuesta y la gesta iniciática de "Los entintados", y la experimentación y las invenciones y las noches en vela para crear nuestra propia "carreta" sobre la comunicación popular.



Chucho viajó a Buenaventura. Los demás a Tumaco, a Guapi, a Bahía Solano. Y todos tuvimos que ver con la emergencia de pueblos que antes no tenían voz o, como dijimos, no habían roto el silencio. Y encontramos decenas de cómplices que comprendían que el asunto no se resumía en resolver un modo de vida particular sino en hallar el sentido para nuestra formación y nuestro trabajo cotidiano.

Disentimos muchas veces. Y hasta peleamos, Pero nos supimos respetar y aprendimos unos de otros. Desde que buscábamos sacarle partido a un Atari hasta cuando nos hicimos tipógrafos y diseñadores gráficos; desde que participábamos en charlas sobre "la cuestión gráfica" hasta que nos hicimos diseñadores de estrategias de comunicación para la transformación de este país dolido.

Jesús Alberto construyó muchas de sus opciones de vida en estas lides. Optó, finalmente, y después de quince años, por una vida en familia, por una hija, por "la conversa" cotidiana con gente que vive y muere con cada día y cada noche. Y dejamos de vernos, porque cada quien decidió buscar otros caminos, ante los cercos institucionales y gubernamentales por frenar los esfuerzos de quienes queríamos sembrar reflexiones y rebeldías y autonomías y solidaridades en algunos rincones de Colombia.

Los tercos continuaremos con el intento, y haremos el esfuerzo porque vidas como la de Jesús Alberto inspiren nuestras acciones, las mismas que nos comprometen con un humanismo que apenas se esboza.

Luis Jaime, en Bogotá, febrero de 2014