jueves, 25 de agosto de 2016

La enfermedad senil del absolutismo


Digo “senil” sin hacer referencia a individuos. Quiero hablar de idearios, de conjuntos de visiones sobre el mundo a las que parecen no querer renunciar grupos y organizaciones sociales que se han formado en algunos nichos de una sociedad, la mayoría de las veces aprovechando poderes y privilegios heredados, y que se perciben por estos como “principios” amenazados por la misma sociedad cuando decide avanzar, romper esquemas, saldar cuentas con un pasado que a todas luces ha estado signado por el despojo, la carencia de oportunidades, la imposición del silencio (o de la no escucha), la negación de la mayor parte de los derechos que, paradójicamente, los grupos seniles afirman proteger en sus “principios”.

Qué difícil aceptar que el mundo no es de un solo color, que no obedece a las leyes que rigen el entorno cerrado en el que uno se mueve. La democracia no funciona porque a la idea de participación se la ha condicionado a la de representación, y para que alguien quiera y pueda efectivamente representar a otros —al menos en contextos como el colombiano— se requiere contar con organizaciones fuertes, con ingentes recursos, con previas cuotas de poder. Lejos están los románticos ejemplos de personajes que accedieron al poder únicamente por sus méritos, por la nobleza de sus ideales, por la calidad del compromiso que asumieron con otros, por su desprendimiento, por su capacidad para enterarse de las legítimas aspiraciones de otros, por la confianza que fueron capaces de construir al trabajar con honestidad y sin privilegiar exclusivamente sus intereses y los de quienes les rodeaban.



La senilidad, en estos casos, se manifiesta en ideas como la de que solo cuando el “iluminado” habla, piensa o actúa, el mundo se mueve, y que se mueve hacia donde debe. La senilidad del absolutismo, como enfermedad, la contraen (atrayéndola como un imán) quienes no pueden aceptar que hay puntos de vista diferentes, percepciones distintas sobre lo que acontece, soluciones diversas para un mismo problema. Esa senilidad contraría inclusive la poética idea de que “se hace camino al andar”, porque sólo la acepta cuando el camino se acomoda a su mezquindad, a su miopía, a su grupo o a su clase o su partido.

La enfermedad se puede diagnosticar con relativa facilidad cuando el absolutista (que podemos llamar también fundamentalista —o mesías o mesiánico, dos aspectos de la misma condición— o “ideólogo”) atribuye a sus contradictores ideas que considera universalmente inaceptables, intenciones que ética y moralmente la sociedad descalifica, actuaciones que la sociedad reprueba. El enfermo calumnia, difama, escribe cartas insultantes con versiones amañadas, fantasiosas e infames sobre aquellos que no comparten su pensamiento ni sus acciones. No es difícil llegar al diagnóstico, y menos todavía sustentarlo.

Las pruebas de que existe la enfermedad y de que no es muy difícil diagnosticarla están al alcance de cada persona que lee esta nota. Piensen en su entorno familiar, en el más amplio de su ciudad, en el del país, en el planeta. El autoritarismo y el absolutismo, decir fundamentalismo es igual, son rasgos distintivos de quienes se asumen como detentadores de verdades no solo irrefutables (la debilidad de los planteamientos irrefutables es que se sustentan en creencias —con la fe no se discute— o en prejuicios) sino, además, inspirados en ideales que —dicen los seniles— sirven a todos.

Como no interesa aquí dar nombres, diremos finalmente que el modo de combatir los terribles efectos de la enfermedad es esforzarse por comprender los hechos y sus antecedentes. No es fácil, porque hay antecedentes remotos y antecedentes cercanos, y nos han acostumbrado (el sistema educativo, las prácticas políticas, la tradición institucional, las costumbres familiares) a pensar únicamente en la eficacia y la eficiencia (inmediatas) de cada decisión.

Creo que Colombia no existe: hay que inventarla. Los enfermos no podrán hacer contribución alguna.


Luis Jaime Ariza Tello

martes, 8 de marzo de 2016

SEMINARIO-TALLER DE REDACCION Y EDICION DE TEXTOS EXPOSITIVOS

Luis Jaime Ariza Tello, Comunicador Social
Especialista en Teoría y Métodos de Investigación en Sociología
Universidad del Valle

Presentación

El Seminario-Taller de Redacción y Edición busca atender una necesidad (en buena parte una demanda no explícita) de profesionales en formación y graduados de programas universitarios con respecto al dominio de operaciones básicas para la producción de textos expositivos. Tal necesidad se manifiesta en la dificultad que un número considerable de ellos experimenta con respecto a la elaboración de escritos académicos (reseñas, comentarios, análisis, ensayos, monografías y tesis de grado), o documentos necesarios para el desempeño de sus labores profesionales (informes, ponencias, artículos, proyectos), principalmente en términos de estructurar y desarrollar planteamientos de manera clara y coherente, con arreglo a la construcción sintáctica y a la lógica interna del discurso escrito.

En muchos casos, tal dificultad se asocia con la existencia de limitaciones para acceder a tipos de discurso de cierta complejidad, lo que revela la estrecha relación entre la lectura y la producción de escritos; pero en general se funda en el desconocimiento (y la no apropiación en su dominio) de operaciones de sentido sintácticas, lógicas, semánticas y pragmáticas que hacen comunicable un escrito.

Justificación

Un punto de partida —necesario— para trabajar la escritura expositiva es la consideración de que esta constituye un problema cuando no satisface las condiciones de lectura del destinatario de un texto. Tal postura hace énfasis en un aspecto crucial del trabajo de elaboración de cualquier escrito: su carácter de producto de comunicación, a través del cual se restituye la presencia de, al menos, dos actores (autor y lector), presencia que de alguna manera ha sido ignorada por las prácticas de escritura en los programas de educación formal.

Tradicionalmente el asunto ha sido tratado en ese contexto como un problema de desconocimiento de la gramática, por lo cual en los espacios académicos se sigue aún trabajando en la perspectiva de "repasar" o "apuntalar" la información contenida en los libros de español (tal vez con sustentaciones o argumentos más elaborados) o en seguir las orientaciones de manuales de redacción, planteándose la disyuntiva de decidir entre lo "correcto" y lo "incorrecto" en el uso de la lengua, tratando de puntualizar reglas (a partir de la posición del docente) o hallar venturosas fórmulas (en la posición del estudiante) que garanticen "escribir bien". Por otra parte, las situaciones que exigen la producción de escritura están comúnmente asociadas con proceso evaluativos en los que se confiere mayor importancia a la información contenida en un examen o un trabajo escrito, al acuerdo de unos enunciados con los planteamientos de una disciplina, razón por la cual poco o ningún interés se genera en torno a la definición de las condiciones de aceptabilidad de un escrito.
La importancia de situarse —para la realización de un seminario-taller sobre la escritura— del lado del destinatario reside en que mediante una estrategia de sensibilización la lectura permite dar cuenta de distintos niveles y aspectos de la organización textual, que en un escrito se expresan como "anomalías" o problemas, y alrededor de los cuales es posible construir una noción que sitúa en otro terreno (la teoría del discurso, del texto) el análisis, la discusión y las propuestas de trabajo en torno a la escritura.

Si se adopta este enfoque, no parecerá extraño el que se puedan plantear y absolver frente a un escrito preguntas como si es o no escritura; si es "determinable", en el sentido de que pueda establecerse sin ambigüedad de qué habla; si hay "precisión" en el uso del léxico; si es "coherente", es decir, si permite ver claramente las relaciones que se establecen en su organización global; si hay articulación entre las diferentes ideas que en él se expresan; si autor y lector comparten el mismo sistema de presuposiciones.

Por supuesto, el esfuerzo por responder preguntas de este tipo nos lleva a la gramática y al dominio de diversas competencias. Sin embargo, el énfasis de nuestra diferente orientación está dado por la indagación acerca de la eficacia del escrito, el mayor o menor grado en que éste produce ciertos "efectos de sentido" referidos a su organización lineal, su estructuración, su complejidad, su ordenamiento lógico y conceptual, o sus contextos de producción y de lectura.

El concepto básico del Seminario‑Taller que aquí se propone tiene que ver con la intención de que los asistentes hagan conciencia sobre el proceso de la escritura, alrededor de un trabajo permanente de análisis y elaboración conceptual, re‑escritura o transformación de escritos, y producción de textos expositivos de mediana extensión.

Antecedentes

El Seminario‑Taller de Escritura, como propuesta, tiene su origen en una experiencia académica adelantada en la Universidad del Valle con el Plan de Estudios de Comunicación Social, por iniciativa y bajo la orientación del Profesor Jesús Hernán Lozano Hormaza. El Taller de Redacción, con duración de dos semestres consecutivos y una intensidad de seis horas semanales, permitió la conformación de un equipo de estudiantes que produjo con el Profesor Lozano una "Guía de Edición", propuesta como material que "orienta un tipo especial de lectura en la que se busca ubicar ciertos problemas manifiestos en el texto expositivo, y cuyo origen se encuentra en el proceso de producción del discurso como mensaje escrito". Esta Guía consideraba dos grandes niveles de constitución del discurso escrito: el primero, concerniente al plano de la estructura superficial y referido al ordenamiento secuencial de las partes del escrito en el curso de la exposición, abarcando también la organización sintáctica así como los indicadores gráficos de las operaciones y transformaciones que en ella se realizan; el segundo nivel, de la estructura profunda, relativo a la organización lógica y conceptual, y el ordenamiento de las tópicas que se desarrollan.

Posteriormente se hizo una adaptación de este Taller para el trabajo con estudiantes de primer semestre de la Facultad de Filosofía de la misma Universidad y con un grupo de docentes de diversas Facultades, entre 1979 y 1983. Subsiguientes experiencias, realizadas con personal administrativo de diversas entidades y con estudiantes de Publicidad y Diseño Gráfico (Escuela de Comunicación del Centro de Estudios Profesionales y Escuela de Diseño Gráfico del Instituto Departamental de Bellas Artes, y Universidad Santiago de Cali, así como la Carrera de Comunicación Social de la Universidad Central, en Bogotá) permitieron validar y afinar algunas de las herramientas y los materiales para los Talleres.

Objetivos

El Seminario‑Taller de Escritura busca hacer explícitas las operaciones "fundantes" de la escritura, posibilitando el reconocimiento de los elementos que intervienen en tales operaciones, así como de los "efectos de sentido" que la escritura plantea para un lector crítico ideal (editor).

Como Seminario, esta experiencia propone una aproximación básica a distintos desarrollos de una Teoría General del Lenguaje, la Teoría del Discurso y la Teoría del Texto.

Como Taller, la experiencia busca construir herramientas y elaborar nociones y conceptos, en orden a lograr un manejo conciente (razonado) de las condiciones de producción y de lectura de textos expositivos.

El Seminario-Taller aporta herramientas y nociones para la producción consciente y razonada de textos que satisfagan las exigencias de los públicos lectores para los que se proponen.

Metodología y Programa de Trabajo

El Seminario‑Taller propone una serie de experiencias prácticas, en las que se articulan el trabajo individual y colectivo de los asistentes, a partir de un conjunto de materiales presentados como pre‑textos, bien para que se realice algún tipo de intervención sobre los mismos (en el caso de escritos que evidencian "problemas" de lectura/escritura), bien para efectuar análisis y discusiones que permitan una elaboración conceptual acerca de un aspecto particular (por ejemplo, deixis, determinación referencial o determinación sintáctica, universos de discurso, marcadores semánticos, conectivos, etc.), o para retroalimentar el proceso que tiene lugar en el mismo Taller, y/o para presentar desarrollos de algunos de los aspectos que se aborden en el Seminario.

La participación de los asistentes se activa en la medida en que asumen el rol de "editores" o lectores críticos de los textos de otros participantes. Progresivamente la labor de editores y autores se va haciendo más exigente, en la medida en que se abordan aspectos referentes a niveles de mayor complejidad de los textos. Quien orienta el trabajo actúa como proponente de "juegos" o "problemas", como "moderador" de la discusión que los materiales suscitan en el grupo de asistentes y, en algunas ocasiones, como re‑elaborador de conceptos y nociones que van produciéndose colectivamente.

A manera de ilustración, se indica una secuencia de los aspectos que entraría a considerar el Seminario‑Taller. La presentación como secuencia de efectos de sentido atiende a un ordenamiento de exigencias o condiciones de lectura que parten de los niveles básicos de estructuración del discurso escrito.

1. Legibilidad

Alude a la posibilidad de que sobre un conjunto de elementos gráficos se ejerza la operación de leer. Escritura y lectura son operaciones recíprocas: la primera instaura y exige la segunda; pero la escritura se constituye sobre la base de un distanciamiento con relación al discurso imaginario y al di­scurso situacional. El escrito legible, entonces, se caracteriza por tener una tópica nombrada y definida; la saturación de los deícticos (formas pronominales, demostrativos) debe darse dentro del escrito mismo y no remitir a la situación del coloquio o a elementos imaginarios; las personas instauradas por los pronombres y las formas pronomi­nales deben definirse en el interior del texto y no depender de una imposible saturación contextual.

2. Determinación

La determinación tiene que ver con las operaciones de "anclaje textual" al interior del escrito e, igualmente, con su estructuración sintáctica: en un escrito determinable la ambigüedad sintáctica no tiene lugar. Un escrito "indeterminado" (o indeterminable) se caracteriza por presentar anáforas no saturadas (sin antecedentes definidos o con varios posibles antecedentes); oraciones inconclusas o ambiguas, sin sujeto definido o con varios posibles; inclusiones infinitas en las que se suceden, sin solución de continuidad, coordinaciones, yuxtaposiciones o subordinaciones; frases "abiertas" (sin complementos) o paralelismos incompletos (paréntesis abiertos). La inde­terminación también se manifiesta por el uso inadecuado o la caótica distribución de los marcadores semánticos superficiales (que en la gramática se proponen apenas como signos de "puntuación", pero que son indicativos de distintas “operaciones de sentido”, como la clasificación, la inserción, el modo como se enuncia el discurso, la transposición de elementos en frases u oraciones, o la supresión de palabras o expresiones ya nombradas).

3. Coherencia

La coherencia de un escrito depende de la definición de una temática y un eje de pertinencia. La tematización permite seleccionar un aspecto como "foco", de modo que los restantes pasan a ser desarrollo o sustentación del primero, su comentario o su expansión. La focalización de un escrito permite plantearse preguntas sobre su grado de desarrollo, sobre la pertinencia estricta del mismo con respecto al tema propuesto, la relación entre unos y otros aspectos del tema abordado, la importancia o la relevancia de algunos segmentos con respecto a otros.

4. Articulación

La articulación de un escrito tiene relación directa con la forma como se disponen secuencialmente sus partes; es decir, con su organización lineal. La articulación se manifiesta en la fluidez, en la transición de un tema a otro o de un aspecto a otro, en la forma como se concatenan los párrafos entre sí y unas partes con otras. Los conectivos entre oraciones o entre párrafos cumplen un papel fundamental como elementos de cohesión y permiten, en ocasiones, estable­cer ciertos re‑envíos textuales o determinar el tipo de relación que se esta­blece entre diversas unidades del texto.

INTERESADOS: Contactarme en el mail lujarte@yahoo.com

martes, 18 de noviembre de 2014

Frotar la lámpara

Recibo en mi correo virtual un mensaje amoroso que me invita a comenzar el día escuchando una melodía (You Are Too Beautiful) interpretada por Thelonious Monk, pianista y compositor de jazz, quien no tuvo que vivir más que 65 años para mostrar que el talento y la genialidad realmente existen, y que se pueden encontrar siempre y cuando se busquen, y que quizás todos los humanos poseen uno y otra en alguna medida, sólo que a veces nos educamos para no verlos, para no experimentarlos, para claudicar en el empeño por hacerlos nuestros.

Monk fue esencialmente un músico autodidacta. Supo desde niño (comenzó a tocar el piano a la edad de seis años) que la música lo habitaba, que era un territorio que habitaría desde entonces y para siempre porque con ella podía sentir y expresarse. Si hubiera asistido a una academia quizás habría acelerado su dominio técnico del instrumento, pero podría haberse frustrado como intérprete siguiendo exigencias o conceptos de algún educador vacío o neurótico o autoritario que le señalara “los modos correctos” de mover sus manos sobre un teclado, de valorar y escoger las piezas que valía la pena conocer, estudiar, interpretar.

Monk seguramente halló que poseía internamente esa especie de lámpara maravillosa que podría liberar su genio interno, el que todos poseemos en una u otra medida pero que se esconde o nos inducen a creer que no existe porque el saber, como se suele pensar institucionalmente, ya está establecido y nos puede ser administrado a cuentagotas, sin posibilidad de réplica o de interrogación o de crítica, bajo la condición de que seamos obedientes alumnos que se sientan desde los cinco hasta los veintitantos años a escuchar, copiar, memorizar y repetir mil “verdades” externas (ninguna propia).



Monk estudió en el instituto Stuyvesant, pero jamás llegó a graduarse. Yo suelo recordar con mis amigos la experiencia criolla de Estanislao Zuleta, quien advirtió que resultaba más conveniente para su genio interno abandonar las aulas del colegio donde cursaba el bachillerato y dedicarse a leer a Proust, a Freud, a Tomas Mann, a Marx, a muchos autores que creía le hablaban y le decían mucho de lo que no le dirían sus profesores, porque ellos habían preferido “saber” lo que se “debe saber” antes que buscar y trabajar en la construcción de su propio conocimiento.

Se puede hallar el genio interno, pero cuesta: cuesta renunciar a creer que la verdad (la que sea, sobre lo que sea) es patrimonio de quien la reclama como suya porque posee uno o más títulos académicos; cuesta renunciar a la esclavitud que supone actuar como borregos y andar sólo cuando el rebaño se mueve, y tal como el rebaño lo hace; cuesta despertar, confiar en uno mismo, actuar libremente aunque se nos tilde de indisciplinados o inoportunos o impertinentes o contestatarios…; cuesta creer en nuestra propia genialidad (no importa qué tan pequeña o grande sea), hallar la lamparita interna que la alberga, frotarla y, por fin, educarnos para vivir con plenitud nuestras vidas.

Luis Jaime Ariza Tello,

en Bogotá, noviembre de 2014 

sábado, 3 de mayo de 2014

Hay lo que digo...

Hay lo que digo
por cercano y fuerte
o necesario;
hay lo que callo
por distante, extraño,
tal vez amenazante.

Nada me aterra más hoy
que estar solo de veras y de ti;
nada, más que pensar que un día
no haya respuesta en tu mirada.

Y digo, entonces, que me importa todo
recitar tus palabras,
y que las mías no valgan
más que como aliento
para que me declares presente y cierto y tuyo.

Lo necesario,
lo ominoso,
tú, yo.


En Bogotá, abril 30 de 2014

jueves, 1 de mayo de 2014

Mi García Márquez

Leí Cien años de soledad hacia 1968, estimulado por la enorme provisión de libros que mi hermana Constanza y su compañero de entonces, Gabriel Osorio, decidieron incautar a varias librerías caleñas, probablemente estimulados por el Boom de la literatura latinoamericana, pero sobre todo y muy seguramente conquistados con la desmesura de nuestro máximo exponente, con la calidez y los juegos de Cortázar, con el compromiso social del Vargas Llosa del momento, con la contundencia y la limpidez de Rulfo, con las invenciones de Onetti, con tanta maravilla que surgía en este costado del mundo mientras se cantaban canciones fundadas en sueños maravillosos y en utopías que desafiaban los militarismos y las tragedias de nuestro continente, ya más que desangrado por tantas venas abiertas.

Por supuesto, me conmovieron las historias y me sedujeron las sorprendentes estrategias del relato, me divertí con el humor y me estremecí con la saga de los Buendía. El impacto fue tal que leí la novela al menos tres veces, una vez cada año, y disfruté cada vez de una propuesta diferente, de una emoción distinta, de unas ganas transformadas de intentar que el mundo no fuera el que me había tocado.


Después pude leer Los funerales de la Mama Grande y El coronel no tiene quién le escriba, concebidas con esa fuerza de la expresión nacida del desarraigo, o de la inconformidad, o de la observación crítica, o de la fuerza telúrica de nuestras historias latinoamericanas. Colombia nació allí y se hizo América Latina, y el mundo supo que en nuestros territorios se cocina el futuro de la humanidad, porque no habrá humanismo sin mestizaje y sin conciencia de la tragedia que imponen las soledades y las tristezas, y la búsqueda de una razón de ser que no se funda en los prestigios de la Historia sino en la construcción de los destinos.

Tuve la enorme fortuna de encontrar compañeros de estudio en la Universidad del Valle que me obsequiaron en un día de cumpleaños una edición todavía tibia de El otoño del patriarca. Y entonces descubrí que había una artesanía de la palabra que podía elevarla a niveles mayores. Desde que tengo ese ejemplar, varias veces degustado y compartido, sé que es posible transformar el mundo mediante el lenguaje. No creo que haya un trabajo más elaborado, minucioso e implacable, ni antes ni después de esta novela. Pocos la leen y muchos se lamentan de que aquí haya "artificios" y "enredos" en la expresión, pero yo encuentro el trabajo del joyero que inventa la filigrana y el del humanista que se adentra en la miseria de los poderosos.

En la última semana he leído en varias de mis clases un fragmento que me encanta de esta novela, aquél en el que se rememora el invento del descubrimiento de América, evento que coincide con las amenazas permanentes de los acorazados de los Estados Unidos sobre las poblaciones del Caribe, episodio en el que Europa y el resto del mundo comenzaron a ser conquistados por quienes habremos de hacer posible un mundo realmente nuevo.

No escribo más, porque se ha escrito demasiado...

En Bogotá, mayo 1 de 2014

miércoles, 9 de abril de 2014

La tía Lucrecia


María Lucrecia Tello Marulanda. Los sobrinos creíamos que era una especie de sabelotodo, y una hormiguita que hacía por veinte en Santander de Quilichao, esa tierra de oro que los abuelos vieron transformarse, desde su casa del Parque Santander, de un pueblo de paso a un prometedor asentamiento, quizás el más importante del norte del Cauca. Ellos murieron cuando todavía el ferrocarril estaba vivo y llevaba pasajeros y carga desde Cali hasta Popayán, y alimentaba la vida de pequeños pueblos y caseríos hasta donde se viajaba a mercar (Timba, Quinamayó y Guachinte, hacia el oriente de Jamundí, y Mondomo, Piendamó y Calibío hacia el sur). Y la tía Lucrecia era una cosa y la otra. Y era más, porque siempre andaba ocupada en mil asuntos, y se enfundaba en unos tenis talla 34 para subir a Munchique a visitar a los Tróchez, trayéndose uno tras otro para que mientras trabajaban en la casa aprovecharan para ir a la escuela, y llegaran a hacerse líderes de sus resguardos; o salía con su proyector de cine de 16 milímetros a proyectar en las paredes blancas de alguna casa películas de Chaplin o de aventureros o de romances en blanco y negro que llenaban de ilusiones y de sueños a decenas de niños; o atendía en la biblioteca "Pablo Marulanda" (así llamada en honor al abuelo materno que vivió en Rionegro y conoció a José María Córdoba) a chicas y muchachos de las escuelas y los colegios que no tenían dónde hacer consultas para cumplir con sus tareas; o vendía El Campesino; o compraba artesanías a los indígenas y a los negros de Villa Rica y Puerto Tejada; o andaba organizando el grupo de "Los Alegres Negritos", de Dominguillo, para que ensayaran con sus violines de guadua y sus percusiones ancestrales hasta llegar a conquistar un premio de Asocaña que les valió participar en la grabación de un disco.

Antropóloga, historiadora, periodista...

Estudió en la Universidad Javeriana, en Bogotá, en una época de gran agitación política. Y luego estudió más, y toda la vida estudió. Y llegó a pertenecer a la Academia de Historia del Cauca. Y soñaba con crear una Casa de la Cultura, propósito para el cual compró la casa de las tías abuelas Marulanda, lugar que llenó de cientos de fotografías y de libros. Y cantó en el coro de la Universidad del Valle cuando lo dirigía el maestro Simar, y cantaba también en las novenas navideñas, y en el pueblo se la tenía por consejera, por animadora cultural, por activista y defensora de derechos de los paeces y de los negros del norte del Cauca.


Recuerdo andar por la galería (la plaza de mercado) y por el parque, con los primos Guido Alfredo y Bernardo Antonio, voceando a todo pulmón "Mundo Nuevo", un periódico que hacía y financiaba completamente, y que pudo sostener por algún tiempo. Recuerdo sus archivos llenos de fotocopias de documentos para su proyecto de escritura de una Historia de Quilichao, o para sus investigaciones sobre la genealogía de algunas familias quilichagüeñas, o para desenredar la madeja de historias asociadas con la esclavitud, o con los derechos territoriales por los que los indígenas debían levantarse contra las familias terratenientes del departamento.



Hoy, tras publicar una serie de fotografías tomadas por ella en Bogotá, el 9 de abril de 1948, tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, recibí un mensaje de algunos amigos quilichagüeños quienes me cuentan que trabajan en un proyecto de Casa de la Cultura y que propondrán que lleve su nombre. Tras la muerte de la tía recuerdo que propuse que la casa de los abuelos se convirtiera en sede de una fundación, y que allí se creara la biblioteca "Pablo Marulanda", que se alojara la Casa de la Cultura, que se exhibieran los cientos de piezas de cerámica precolombina que rescató de los guaqueros, sus artesanías, sus fotografías... La casa se vendió y los proyectos se diluyeron. Yo conservo una parte de los archivos de la tía, y es probable que trabaje en alguna publicación que permita a sus coterráneos conocer sus escritos, sus poemas, algo de tanto por lo que trabajó.



Me animé a escribir esta nota por sugerencia de algunas amigas. Y no la hago más larga porque sé que debo dedicar más tiempo y más letras para recordar a la Tía Luca, para hacerle un homenaje a la altura de sus realizaciones. Debo ahondar más en los archivos, en sus apuntes, en sus fotografías, en mi memoria y en la de mis familiares.

Publico las fotografías del "Bogotazo". Inéditas (no sé por qué nunca las hizo públicas). En alguna parte, creo, están los negativos.



Una fotografía reclama de quienes la observan imaginar un tiempo ido. También, cuando se trata de documentos sobre eventos históricos, que pensemos en la estupidez, o en el heroísmo, o en la condición de los humanos. Impone que nos pensemos y que tratemos de que el mundo que vivirán nuestros hijos sea algo mejor.


Prometo hablarles más de la tía en muchas nuevas ocasiones.


Un abrazo.


Luis Jaime,
En Bogotá, abril 9 de 2014

miércoles, 26 de febrero de 2014

NOTA: No hay una dedicatoria porque hay una dedicación... Vos sabés.

Caro Recuerdo

Puede ser la lluvia. O tal vez no. También hay un café y la neblina de un par de cigarrillos que se ha instalado a la altura del techo y allí se difumina por la sala. Hay otras circunstancias, y hasta una colección de objetos que me acompaña en un espacio que ha ido recibiendo mis recuerdos, los trazos discontinuos de otros tiempos, de empresas iniciadas o terminadas, de dulces fracasos, de quimeras y sueños, la historia que desordenan los libros y los discos en un alfabeto que impone otros sentidos, aquellos que propone cada visitante, tantos y diferentes modos de armar el andamiaje para futuros encuentros e inimaginadas ocupaciones o proyectos. Y con la lluvia vos. Como un espejo, el otro lado de esa fotografía que rescataste  del montón de tantas otras, un viaje en tren por entre las montañas que cercan tu ciudad, que es la mía, donde otra ventana me asoma a tu mirada perdida en los múltiples temas que siempre traen las lluvias, o el café, o los libros, y siempre la música.


Pensar que hay un espejo me ayuda a imaginarte; ver llover es para mí situarse como tras una cortina, no porque busque ocultar el afuera sino porque hay el anhelo de volcarme hacia adentro. Y el mío esta tarde sos vos, pidiendo que adivine qué canción le vendrá bien a tu nostalgia. Y busco (Adamo, Albano, Aznavour…) esa tarde en que pude simular que recorría tus mismos caminos bajo el sol liviano de las cinco y el profundo azul que tantas veces rompe las fríos de mi ciudad, la tuya, y que se instala en las paredes de las casas, en el parque (niños y perros, parejas en los prados, el vendedor de helados o de golosinas), en el sol de la callecita donde te imaginé, el pelo suelto y los pasos tranquilos de quien puede dejar el trabajo y las obligaciones encerradas, bajo llave, como bien les viene y merecen de vez en cuando; una calle como todas las calles de las adivinaciones y el deseo, y que está en todas las ciudades del planeta, en la que se espera y se siente una presencia que es justo aquella que se reclama del otro lado del espejo, la carta o la fotografía…

La música te trae, te propone desandando caminos, forzando los recuerdos hasta una invención en la que llegamos a estar juntos, capaces de abolir los mundos del espejo, dispuestos a mirarnos del otro lado de esa fotografía, que a duras penas se sugiere en la línea que proponen tus ojos (los míos: estoy allí, te miro, vos sabés), y entonces busco entre los discos otra canción (la que me estás pidiendo, la que propone ese otro modo de decirnos cuánto nos buscamos), y la encuentro justo en el momento en que recuerdo un texto y lo leo (te leo) y regreso a la imagen de tu fotografía, a ese espejo que devuelve un gesto tuyo que confirma mi esperanza en esta tarde nuestra de lluvias y calles, y de espejos.

En Bogotá, febrero 26 de 2014