jueves, 27 de septiembre de 2012

Estrellas de polvo....

ADVERTENCIA: Los personajes descritos en el siguiente texto son reales. Cualquier parecido con la ficción es producto del modo como terminamos por afectarnos quienes tratamos de alcanzar mediante sueños otras opciones de vida. Las circunstacias del desarrollo y del desenlace también podrían ser reales, pero la posibilidad de que esto ocurra hay que dejársela a los lectores. Siempre será más irreal quien se sienta y se declare inconforme con lo que le ha tocado en suerte. La ventaja, la esperanza, es que se van descubriendo cómplices en cada esquina.

NOTA ADICIONAL: Me encanta la canción Polvo de estrellas, de Alberto Plaza. Tanto que inserto un video para que la disfruten quienes pasen por esta callecita. Que yo hable de "estrellas de polvo" es una imposición de la memoria: hace un poco más de veinte años en Colombia triunfaban en torneos deportivos, en lides políticas, en escenarios artísticos, en eventos sociales, en faenas agrícolas, en el comercio internacional, en centros educativos, en grandes industrias, y hasta en el amor, quienes desprecian el deporte, la política, el arte, la sociedad, la producción agrícola e industrial, el comercio, la educación, el amor...


(como si fuera un cuento)

El presidente de un tradicional equipo de fútbol de algún país del hemisferio sur concedió una entrevista a varios periodistas europeos. Se estaba estrenando en el cargo, había viajado a Europa para acordar unos partidos amistosos de su club con destacados conjuntos del viejo continente, y quería dejar la mejor impresión con respecto a sus planes de mediano y de largo plazos.

La mejor impresión debía ser, pensaba, aquella que produjera conmoción y mereciera titulares, columnas de opinión y comentarios en los medios de todos los continentes. Pensó que su país, azotado por lo que los políticos y los periodistas llamaban "el flagelo" del narcotráfico, podría enorgullecerse si él, en una de sus primeras intervenciones públicas ante comunicadores europeos y de su nación, mostraba que sus intenciones como dirigente deportivo estaban a la altura de los mandatarios de cualquier país desarrollado. Durante varios años, mientras se preparaba para llegar al más alto cargo en la dirección de la institución deportiva, se había documentado sobre la historia del deporte, y conocía muy bien los pormenores de la gestión que la mayoría de dirigentes de distintas ramas del deporte habían adelantado durante los últimos cincuenta años.

Grandes logros, superación de enormes obstáculos, tremendos retos para mantener y engrandecer ante los aficionados, el país y el mundo los clubes de fútbol. Pero, también, la mancha imborrable de unos títulos que juzgaba dudosamente ganados. Durante cerca de quince años, oscuros personajes de las mafias habían decidido que una forma "elegante" de lavar millonarias sumas de dinero obtenidas como resultado del cultivo, el procesamiento, la exportación clandestina y la venta del polvo blanco que tanto apetecían cientos de miles de habitantes de los países del norte, era "invertir" en "el deporte más grande del mundo".


Al club había llegado una tarde un señor con cara de campesino, escoltado por una docena de gigantes que exhibían sin recelo y sin vergüenza, más bien sí con unas ganas mal disimuladas de que todos las vieran, una variedad de armas cortas de todas las marcas y todos los calibres. El "Patrón", única manera de dirigirse al campesino sus custodios y de referirse a él frente a cualquier otra persona por fuera del grupo, entró a la sede del club gritando vivas al equipo y declarando que era el de sus amores desde que era un niño; atravesó pasillos y salones sin siquiera mirar qué o quién había en ellos, como si viviera en la casa, y se dirigió casi con prisa hasta la oficina del presidente de entonces; con una mirada apoyada por las de sus guardias se hizo abrir la puerta de uno de los tantos asustados empleados de la sede, y entró anunciando que quería comprar muchas acciones, que estaba dispuesto a aportar dinero suficiente para que se hicieran las mejores contrataciones tanto del medio local como del exterior, que con su apoyo el equipo podría sumar varias estrellas a su escudo, que dónde firmaba y a nombre de quién giraba un cheque, y que por cuánto.

El presidente estaba hablando por teléfono, y frente a su escritorio estaban sentados el director deportivo, el asesor jurídico y un tipo con cara y facha y legajos de administrador. Se miraron, miraron al campesino, dejaron de hacer lo que estaban haciendo y pidieron al mismo empleado que había abierto la puerta al insólito visitante que la cerrara de nuevo, desde afuera.



Dos horas más tarde salieron de la oficina todos los que allí quedaron, con cara de grandes amigos y con prisa por ir a un restaurante del norte de la ciudad para celebrar la vinculación como socio honorario del club del nuevo "mejor amigo" y "benefactor" que habría de contribuir para que el equipo y su hinchada revivieran la gloria de los primeros años de la institución, cuando era casi invencible en los estadios del país y del exterior. Alguien dijo que se tendría una base de jugadores con la cual se podría armar la selección nacional, ir a un campeonato mundial, ganar copas continentales, construir el anhelado estadio...

La historia terminaba con un par de estrellas nuevas en el escudo, una afición feliz, mucho mejores salarios para dirigentes y empleados, nueva sede y...

Y nada más. Seis años después el ilustre socio pagaba escondedero, dejó de ir al estadio y a las celebraciones del club con toda la dirigencia, con hinchas "notables", con políticos amantes del deporte, con estrellas de las del deporte, con reinas de belleza, con famosos reporteros, narradores y comentaristas deportivos. Terminó muerto por otro "patrón" que también invertía en política y deporte y vida social.

*          *          *

El nuevo presidente declaró ante los medios que propondría a los demás directivos del club discutir la posibilidad de renunciar a las estrellas que el equipo de fútbol conquistara durante los años en que el ingratamente recordado socio se había hecho prácticamente dueño del equipo, del estadio, de los resultados, de los jugadores, de los árbitros, de alguna parte de los aficionados, de los buses, de las banderas, de los títulos.

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¿Cómo explicar la enfebrecida reacción del país, y aún de algunos países vecinos, ante tan extraordinaria, insólita y más que atrevida sugerencia?

Los periodistas que se habían lucrado con viajes, regalos por artículos y notas favorables a los equipos de la época oscura del deporte, los políticos que habían asistido a tantas fiestas y celebraciones, y que también se habían lucrado con aportes millonarios para sus campañas, los que habían asegurado curules y acceso a cargos públicos en los que podrían nombrar funcionarios a la medida de sus apetitos, las reinas que habían "conquistado" cetros y coronas gracias al patrocinio de otros "patrones", los terratenientes que habían ampliado sus feudos ganaderos y palmicultores, los comerciantes que disponían de suministros novedosos en materia de tecnología para aumentar la oferta de productos con los que se lavaban millones de dólares, en fin, todos los cubiertos a medias o totalmente por el polvo "mágico" de esa misma oscura época de los negocios, de la política, de la vida social, de la farándula, de la proliferación de casinos y juegos de azar, los caballistas insignes que luego actuarían en la arena política, los sicarios que de buenas a primeras hallaron qué hacer en cualquier lugar y a cualquier precio, todos a una comenzaron a pronunciarse a través de emisoras, diarios, noticieros de televisión, revistas electrónicas...

¿Qué dijeron?

Un grupo de parlamentarios prometió renunciar a sus curules, porque reconocía que también ellos habían pecado por aceptación de dineros ilícitos. Tres reinas de belleza dijeron que devolverían cetros y coronas. Seis equipos de fútbol anunciaron que devolverían entre todos nueve estrellas mal habidas. Un expresidente declaró que renunciaría a su pensión de exmandatario porque su elección y su reelección se habían sustentado en la captación de dineros calientes, y tibios y hasta fríos, y muchos de sus ministros y otros funcionarios de sus gobiernos habían sido elegidos para favorecer a los ya favorecidos con recursos de igual o más oscura procedencia. El gobierno de turno anunció que devolvería todas las tierras mal habidas a sus legítimos propietarios, ahora residentes de las calles en las grandes y las medianas ciudades de la patria; más aún, dijo que sometería a debate en el congreso una ley para devolver vastos territorios a los indígenas, llegando inclusive a revisar las concesiones que la Corona Española había hecho a familias de hacendados y esclavistas de los siglos XVIII y XIX, antes de que unos campesinos de alpargata comandados por las guerrillas de Simón Bolívar derrotaran a los "chapetones" y los expulsaran del país dejando campo abierto para que unos criollos oportunistas llegaran a gobernar igual o peor que los ibéricos.


El revuelo y los cargos de conciencia trascendieron fronteras. Uno de los más poderosos gobiernos del norte manifestó en la Asamblea General de las Naciones Unidas que declaraba nulos todos los tratados comerciales que lesionaban la autonomía, la soberanía y la dignidad de los pueblos del sur. Prometió devolver extensos territorios que en una guerra a todas luces injusta y con enormes diferencias entre las fuerzas combatientes había arrebatado a varios de sus vecinos. Devolverían un canal transocéanico comprado de manera similar a como casi un siglo más tarde los narcotraficantes compraban equipos de fútbol y políticos y reinas y tierras y empresarios.

Dieciséis damas de la alta sociedad, también en un país del norte, decidieron entregar sus diamantes, extraídos con sangre de miles de africanos, a varias entidades para programas sociales, para la lucha contra el SIDA, para la atención a los millones de drogadictos del hemisferio, para la promoción del deporte, para programas de apoyo a la producción campesina, para la educación. Y lo mismo hicieron otras damas con joyas, propiedades inmuebles, yates, automóviles de altísima gama.

La misma Corona Española hizo eco de la epidémica fiebre moral y el propio Rey, en un discurso ante las Cortes, hizo saber (así lo consignaron los medios de la península) que se devolverían a los pueblos del sur miles de piezas de orfebrería y de plata, que se pagarían compensaciones por el estaño y el cobre y el zinc y las maderas y la flora y la fauna que se extrajeron durante siglos de espadas y de cruces.

Los lectores de esta crónica podrán imaginarse y añadir a este relato todo lo que ocurrió después. Un despelote de tal magnitud no puede ser registrado, inventariado y expuesto por un simple escritor de blogs.

*          *          *

Las estrellas de polvo se esfumaron.



Frente a la realidad real, a veces es mejor lo que sugiere una buena canción:

lunes, 17 de septiembre de 2012

Decir amigo...

Nota previa: como se han inventado que existe una fecha fija y precisa en el calendario para celebrar la amistad, y como hay presiones enormes para que la celebración se cumpla con dádivas y mensajes, y como hay tantos que se acogen a los llamados que se hacen desde millares de lugares para que nos sumemos a la causa, opto por plegarme a la convocatoria, distanciándome al mismo tiempo. Declaro que cada lector es amigo y que cada amigo es cómplice (aún involuntariamente) de las palabras que siguen.

Segunda nota: Porque mi amigo Fernando Estrada se cranea semanalmente unos textos pensando generosa y solidariamente en Palmira, dejo aquí un enlace a su más reciente publicación (y ojalá lo sigan leyendo).
http://www.palmiguia.com/columnistas/fernandoestrada/palmira_tulua.html#.UFfhqbDxx0g.gmail


Se trata en gran medida de la memoria, la más simple y la más directa, la inexcusable y hasta involuntaria...

Los amigos se quedan en el borde de cada circunstancia nueva, en parte porque la han hecho posible del modo en que la podemos vivir. Y entonces reaparecen, y saludan, y confortan, y traen consigo juegos y parques, tejados y árboles, novelas y canciones que se instalaron entre nombres, paseos, fiestas, riesgos y tragedias...

Y entonces uno puede decir que está hecho de amigos, pasajeros de los momentos que vale la pena recordar, que debemos recordar para sentir que hay huellas de lado y lado de los caminos, y que los cruceros y las desviaciones son apenas accidentes (porque hay cicatrices, de las que sentimos felices y de aquellas que todavía duelen un poco).


Transcribo la canción de Serrat:
Decir amigo es decir juegos,
escuela, calle y niñez;
gorriones presos de un mismo viento
tras un olor de mujer.
Decir amigo es decir vino,
guitarra, trago y canción,
furcias y broncas y en los tres pinos
una novia pa´ los dos.
Decir amigo me trae del barrio
luz de domingo, y deja en los labios
gusto a mistela y a natillas con canela.
Decir amigo es decir aula,
laboratorio y bedel;
billar y cine, siesta en las Ramblas
y alemanas al clavel.
Decir amigo es decir tienda,
bota, charnaque y fusil;
y los domingos a pelear hembras
entre Salou y Cambrils.
Decir amigo no se hace extraño
cuando se tiene sed de veinte años
y pocas pelas y el alma sin medias suelas.
Decir amigo es decir lejos
y antes fue decir adiós,
y ayer y siempre lo tuyo nuestro
y lo mío de los dos.
Decir amigo, se me figura
que decir amigo es decir ternura.
Dios y mi canto saben a quién nombro tanto.

Apenas sí sospecharán algunos que todavía vuelven sus nombres en los días de ahora, que en los humos de mis cigarrillos y en el dulce amargo del café se hacen dibujo mañanas y tardes y noches que elegimos para ser juntos las memorias recurrentes de un cuento, de un poema, de esta nota.