lunes, 24 de diciembre de 2012

Canción para el nuevo ciclo...


A León Felipe poco se le encuentra en las librerías, pero siempre se le recuerda cuando se habla de poetas comprometidos con la vida. La magia de internet ha permitido que tengamos la posibilidad de volver a sus poemas, que nos hablan de asuntos que cada vez nos deberían ocupar más.

Tengo una edición de 1965 de la Antología Rota, de Editorial Losada, que me encontró queriendo escribir un mensaje de fin de año para mis muchos y queridos amigos (incluyendo los que aún no conozco), mis estudiantes de hace treinta o veinte o diez años (y los de ahora, y los que tendré), y una familia que crece con los días porque uno termina por darse cuenta de que puede tener miles de hermanos.

A todos los abrazo. Quizás valga la pena recordar que los años se cuentan, entre muchas otras razones, para que cada uno se sepa mejor y sea mejor. La idea de que la vida tiene ciclos importa si comprendemos la vida.

Les recuerdo al poeta:



I

NO ME CONTÉIS MÁS CUENTOS

Ya se han contado todos.
Todos se han dicho y se han escrito.
Y todos se han ovillado y archivado.

Los ha contado el viejo patriarca,
los han contado el coro y la nodriza,
los ha dicho un idiota, lleno de estrépito y de furia,
se han grabado en la ventana y en la rueda
y se han guardado en cajas fuertes las matrices.

Hay réplicas exactas de todas las tragedias,
discos fonográficos de todas las salmodias,
y placas fotográficas de todos los naufragios.
Ningún cuento se ha perdido. Estad tranquilos.
Se sabe que el poema es una crónica,
que la crónica es un mito,
la Historia una serpiente que se muerde la fábula
y el poeta doméstico el cronista del Rey y el Arzobispo:
el narrador de cuentos.

Todos se han registrado.
Y todos están vivos todavía. Ahí pasa el pregonero:
“¡Cuentos!... ¡Cuentos!... ¡Cuentos!...”
Es aquel viejo narrador de sombras y de risas
que ahora pregona cuentos.
Pero yo no quiero cuentos…
No me contéis más cuentos.

[…]

Max Aub (a quien también vale la pena buscar y leer) con León Felipe

VII

EL GUSANO

Soy gusano que sueña… ¡que quiere!
—Contaré el sueño del gusano.

Narradores de cuentos, el gusano
no se chupa el caramelo de la cola. No es un cuento.
Es un sueño que camina.
Repta.
Y deja sobre la hierba oscura
una secreción viscosa… y fosforescente;
un hilo glutinoso… y lumínico…
¡lumínico! La baba es una estela. Anotad esto bien.
Cavad aquí para marcar una señal,
clavad aquí una estaca, aquí, aquí;
que aquí sobre esta tierra… sobre la Tierra,
sobre este gran ovillo devanado con baba,
sobre la estela verde que segregó el gusano,
sobre el sudor oscuro que vertieron sus glándulas,
sobre su llanto ciego de semilla y de feto,
sobre los restos de su capullo y su sarcófago,
sobre la ganga adámica de su morada mística,
sobre el cascarón roto de su bóveda abierta
y sobre los escombros de su Iglesia podrida
levantaremos un día nuestra casa,
nuestra ciudad
y nuestro vuelo.

¡Dios nos guía!

Porque el gusano no es un cuento, narradores de cuentos,
es un signo… un sueño…
un sueño alegre que empezamos a descifrar.

NOTA: textos tomados de Antología Rota, de León Felipe, Editorial Losada, Buenos Aires, segunda edición, 1965.

jueves, 13 de diciembre de 2012

60

Decía Jorge Luis Borges que los números, cuando son redondos y concluyentes, provocan reacciones asociadas con imaginarios eventos que trascienden, que dislocan, que guardan promesas, que cierran ciclos.

Pasa con las edades, como saben tan bien quienes han llegado a los 20, a los 30, a los 40...

Yo cumplo sesenta años este 14 de diciembre. Y es inevitable mirar atrás, porque a uno le da por dedicar semejantes cifras a la evocación.

Yo creo haber sabido vivir, y la evidencia de ello está en que no me caben tantos buenos recuerdos que atesoro, comenzando con una sala con muebles cuasi antiguos que había en mi casa, y los juegos con una cachorrita que tuvo la generosidad de darle a mi familia algo más de trece años de compañía perruna y agradecida, y los tractores rojos que me regalaron mis padres en mi cuarto cumpleaños en una casa de Sucre con Ecuador (Medellín), y la cometa que mi tío Carlos Augusto me obsequió en mi quinta navidad, y una bicicleta que me paseó por el barrio El Recuerdo (causalidad feliz) cuando Bogotá era la felicidad de estar en cama leyendo cómics de Paquita, La Traviesa, Pepita y Lorenzo, y decenas de títulos que cambiábamos en los cines matinales de cada domingo...

Mucho tiempo después entendí la sentencia del mismo Borges que plantea que "La patria es la infancia". En el colegio de El Virrey Solís, cuando cursaba cuarto año de primaria, decidí vincularme a un grupo de "catequesis", quizás ilusionado con la idea de que llegaría a ser un franciscano. Íbamos al barrio Altamira, que por la época quedaba lejísimos, y allá los chicos que asistían a las reuniones que acompañaba Fray Cabrera nos regalaban bloques de vidrios de colores que una fábrica arrojaba a un caño.

Si la patria es la infancia es porque generalmente uno busca volver a esos lugares en los que la vida lo trató bien. Hace unos doce años, en Medellín, pasé por la casa en que viví hace ya más de cincuenta años; en Cali hice lo mismo con la casa de la Calle 10 Sur número 11-28 (antigua dirección, inútil hoy) del barrio San Fernando.

Entre los recuerdos de la patria, muchos asociados con música. En mi paráfrasis de Borges diría que la patria es la música: la de la orquesta de Lucho Bermúdez, que animaba las tardes de sábados y domingos del Club San Fernando; la de la típica de Francisco Canaro, que llegó a mi casa como obsequio por la compra de una radiola, y que surtió mis juegos de locutor de emisora; la de los Corrraleros de Majagual, que sonaba en las tardes radiales de Bogotá y en las fiestas navideñas de Quibdó a comienzos de los años 60s; la de la Nueva Ola del mundo entero, que por primera vez hablaba del amor como una necesidad cotidiana...

Todavía hoy la música anda conmigo, y tarareo sin cesar cuando camino a mi trabajo o al encuentro de un amor.

Tuve un grupo de músicos que construyó sus propios instrumentos. Sus integrantes fueron casi todos trabajadores de la industria azucarera, en Palmira. Ovidio Ordóñez hizo un arpa animado por un grupo paraguayo que vio en un televisor que ofrecía imágenes en blanco y negro; Juan López me enseñó boleros antillanos y guarachas, mientras tocaba la guitarra y se hacía acompañar por las maracas de Asunción Perea; Duqueiro Lasso, operador de un tractor en el ingenio Central Tumaco, hacía coros; teníamos voces femeninas, y nos atrevimos a hacer un güiro de guadua y unos bongoes metálicos que pintó de rojo escarlata otro amigo que tenía un taller de latonería y pintura. Y cantamos en casi todos los cuarenta y dos municipios del Valle del Cauca, en sindicatos y en parques.

A la música se han sumado tantas personas que amo:

Tres hijos: Luis Felipe, mi hermoso Luis Felipe, quien ya me hizo abuelo, el hombre generoso y alegre al que quiere todo aquél que lo conoce. Su fortuna es la amistad, su enseña es la alegría para vivir. María del Mar, lejana hoy, me hizo feliz amando la lectura (mi otra pasión) y decidiendo que la Filosofía y la Literatura serían motores de su existencia. Sergio, quien apenas comienza a decidirse y ya es capaz de buscar dentro de sí para programar sus vuelos futuros.

Mis amores, cada uno con su sello y con su marca, cada cual con sus propias canciones, cada uno con su piel y con sus retos.

Mis hermanas, todas, cómplices y amorosas, incondicionales cuando hay merecimientos, radicales, inquietas, cercanas.

Mis padres, confusos pero siempre decididos, tercos y nobles, duros y convencidos.

Mis tíos, mis primos (otros padres y otros hermanos), decididos guerreros y alegres sufrientes del país que nos tocó en suerte.

Cientos de alumnos, queridos todos, convertidos en razones para estar en este planeta. Decenas de amigos comprometidos con alguna utopía...

Redondo y concluyente: cumplo felices 60 años.

sábado, 24 de noviembre de 2012

De los cajones...


De vez en cuando intento deshacerme de papeles que me acompañan desde hace más de treinta años. La mitad de mi familia sabe que se trata de un propósito inútil, porque entre los Tello Marulanda siempre hubo lectores, secretos poetas, políticos de ocasión, periodistas de corazón, historiadores que buscaban saberse y explicarse en tanto escarbaban en libros y en relatos de los mayores la historia de sus antepasados. Por éso hay en esa familia genealogistas, historiadores, constructores de versos, iconoclastas, músicos amantes de mil estilos, archivistas...



La tía Lucrecia, por ejemplo, se empeñó durante casi toda su vida en crear una Casa de la Cultura en Santander de Quilichao, y quiso que su biblioteca de muchísimos volúmenes se convirtiera en la Biblioteca Pablo Marulanda, un lugar en el que los estudiantes del Instituto Técnico, del Colegio Fernández Guerra y de todas las escuelas del municipio pudieran hacer consultas y apropiar la memoria de sus mayores, de los indígenas de las montañas vecinas y de los negros de casi todas las vecindades. Ella impulsó la creación de grupos folclóricos (uno de ellos, de Dominguillo, ganó un premio de Asocaña, con músicos que tocaban con un violín de guadua y los cueros que recordaban su África lejana), y la organización y la gestión de los paeces de Munchique, algunos de los cuales vivieron en casa de mis abuelos mientras asistían a una escuela y se formaban como líderes de sus comunidades (Julio, Rufino, Santiago... hasta Floresmiro, quien ahora trabaja con su comunidad y la ha representado en eventos que lo llevaron a Europa y África). Recuerdo también que compró un proyector de cine de 16 mm, y que con él reunió gente en sitios abiertos exhibiendo películas sobre una sábana. Sé que trabajaba en una historia de Quilichao, al igual que su hermano Marco Tulio, en Palmira. Conservo parte de su archivo, con una serie de poemas que espero hacer públicos, algunos escritos que le publicaron en distintos diarios del país, y varios ejemplares de Mundo Nuevo, un periódico que hacía ella sola y que voceábamos desde el parque Santander hasta la galería mi primo Guido y yo, cuando teníamos ocho y siete años.

El cuento de los cajones no tiene que ver con la fama o la fortuna. He pensado que los relatos sobre los fundadores de la familia tienen el enorme valor de aproximarnos a lo que hemos llegado a ser quienes aún vivimos. Sé, por ejemplo, que Félix Tello acompañó como dibujante la expedición del sabio Mutis, subiendo desde Quito hasta el norte del Cauca y quedándose en esas tierras de barro colorado y extensas planicies desde las que se puede ver en algunas tardes el nevado del Huila. Sé que Pablo Marulanda llegó de Rionegro, después de haber presenciado un homenaje que ese pueblo antioqueño tributara al General José María Córdoba. El abuelo Marco Tulio se alistó en uno de los ejércitos que combatió en la Guerra de los Mil Días, estuvo en Buenaventura registrando embarques y desembarques de buques que viajaban entre Europa y nuestro Nuevo Mundo, y llegó a ser Notario en Timbiquí.

Por mi parte, sólo pensando en abuelos, bisabuelos y taratabuelos puedo explicar parcialmente mi vinculación con una Expedición Botánica que recorrió parte del río Cajambre en 1983, y que luego recorriera casi todos los pueblos del Pacífico trabajando en proyectos de alfabetización, de participación social, de conservación y uso sostenible de la biodiversidad, de promoción y prevención en salud...

Así que hay mil razones para no deshacerse de los papeles que se guardan.

En mi archivador, que fue de la tía "Luca", guardo papeles de mis años de universidad. Guardo cartas, notas, textos mimeografiados, fotocopias, dibujos, escritos de mis tíos y mis abuelos, borradores de textos que escribí hace cuarenta años...

De esos archivos tomo un intento de poema que escribí en 1990, después de leer el Heráclito, de Rodolfo Mondolfo, en la edición que Siglo XXI publicó en 1966. Lo someto a la lectura de quienes me regalan su presencia en este blog.



Sín título

Ajeno a los poderes que sobre otros
deparan las fatigas cotidianas,
mientras la noche avanza hacia mañana,
duerme un hombre. No conoce los rostros
de los jóvenes cuyos pasos persigue
por un sendero que termina en playa;
no conoce la playa. Es el testigo
de un ingenuo romance, del idilio
que el mar calmo bendice. Ellos callan,
se miran y se besan; y ellos hablan,
y la noche cobija sus palabras.

En el sueño se pierden los amantes;
brilla la luna, la marea baja.
El soñador despierta: ya es mañana.

Dos amantes dan gracias al milagro
que el amor prodigó en la noche clara.

Los amantes son colaboradores
del desorden del cosmos y de su orden.

En Cali, 1990

jueves, 4 de octubre de 2012

Regalos de Vida


Contexto: El pasado viernes, 28 de septiembre, falleció en Bogotá mi tío Luis Víctor Ariza Prada, hermano menor de mi padre (quien en marzo pasado llegó a los 91 años de edad). El tío tenía 87 años. En su memoria, y como otro modo de abrazar a sus hijos (Lucho, Carlos, Jenny) y a muchos primos que pocas veces veo, publico esta nota.



En la medicina tradicional peruana se suele trabajar con animales, que se sacrifican tanto para realizar el diagnóstico como el eventual tratamiento de quienes acuden a los indígenas que sirven a sus comunidades ofreciendo alternativas frente a males que la medicina científica (mal llamada "occidental") es incapaz de manejar.


Al margen de los resultados que se obtienen, lo cierto es que tras el conocimiento y las prácticas de chamanes, curanderos, yerbateros, "brujos" o médicos populares, hay una concepción de la vida que supera por mucho la de quienes habitamos las grandes ciudades y nos hemos situado del lado de Doña Ciencia (a la que crítica y cariñosamente Julio Cortázar llama la atención en su Prosa del Observatorio).

Hace un poco más de veinte años tuve la fortuna de trabajar en varios proyectos con comunidades indígenas del departamento de Cauca, en el suroccidente colombiano. En particular, diseñé y realicé distintos talleres con amigos Comunicadores Sociales de la Fundación HablaScribe y la Fundación Colombia Nuestra. Uno de esos talleres intentaba aportar herramientas para la profesionalización de docentes indígenas guambianos y paeces. En esa oportunidad advertí el profundo respeto que estos grupos tienen por los bienes ambientales de sus territorios, por el agua, por las montañas, por las especies animales y vegetales, por las personas.

Unos meses después de estos eventos debí viajar a Silvia para otras actividades, y me recibió en su casa el Taita Lorenzo Muelas, quien llegaría a ser Senador de la República y acababa de dejar su cargo como Gobernador de su resguardo. Lorenzo me explicó por qué los guambianos tienen especial consideración por los ancianos de sus comunidades: ellos son quienes van "adelante" en el camino de la vida, son quienes trazan el camino para los que llegan luego, y sus saberes y experiencias, por esa razón, son un tesoro para las nuevas generaciones.

Lorenzo Muelas

Vuelvo a la medicina tradicional. El sacrificio de un conejillo de indias supone que el animalito, cuyos despojos son devueltos a la Pacha Mama en una ceremonia, "regala" su propio bienestar para la recuperación de los enfermos. Los indígenas hablan de "regalos de vida".


*            *            *

Regalos de vida son todas aquellas experiencias que la memoria registra. Creo que todos vivimos para dar algo a otros, sólo que muchas veces no sabemos qué. De nuestros mayores aprendemos sin que lo que incorporamos a nuestras vidas como ejemplos, como saberes, como actitudes, como aficiones, como gustos, constituyan propuestas deliberadas de ellos y, menos aún, búsquedas claras de parte nuestra. Y, sin embargo, de alguna manera somos ellos.

Los regalos de vida son una razón suficiente para no juzgar a quienes se van. No todos eran para nosotros, pero algo recibimos y a veces recibimos mucho. Es lo que siento con respecto a todas y cada una de las personas que se han ido en mi familia, inclusive con quienes decidieron hacer sus vidas en lugares apartados y con quienes tengo poca o ninguna comunicación, o frente a familiares sobre los que apenas sé que existen y a quienes jamás he visto.

Y es que resulta impensable la vida sin la vida misma. Uno descubre (a veces un poco tarde) que quienes nos rodean son viajeros de nuestros propios destinos, mucho más si la vida los situó como acompañantes de nuestros procesos de crecimiento y formación.

Y así es con la amistad, y así es con la familia, y así es con el amor. Inevitablemente nos regalamos vida, y es importante que de vez en cuando hagamos conciencia de esto, y lo disfrutemos, y lo agradezcamos.

Por lo pronto, regalo mi abrazo y la invitación a que hagamos de la memoria de quienes hemos querido un pretexto para la celebración de la vida.

En Bogotá, octubre 4 de 2012

jueves, 27 de septiembre de 2012

Estrellas de polvo....

ADVERTENCIA: Los personajes descritos en el siguiente texto son reales. Cualquier parecido con la ficción es producto del modo como terminamos por afectarnos quienes tratamos de alcanzar mediante sueños otras opciones de vida. Las circunstacias del desarrollo y del desenlace también podrían ser reales, pero la posibilidad de que esto ocurra hay que dejársela a los lectores. Siempre será más irreal quien se sienta y se declare inconforme con lo que le ha tocado en suerte. La ventaja, la esperanza, es que se van descubriendo cómplices en cada esquina.

NOTA ADICIONAL: Me encanta la canción Polvo de estrellas, de Alberto Plaza. Tanto que inserto un video para que la disfruten quienes pasen por esta callecita. Que yo hable de "estrellas de polvo" es una imposición de la memoria: hace un poco más de veinte años en Colombia triunfaban en torneos deportivos, en lides políticas, en escenarios artísticos, en eventos sociales, en faenas agrícolas, en el comercio internacional, en centros educativos, en grandes industrias, y hasta en el amor, quienes desprecian el deporte, la política, el arte, la sociedad, la producción agrícola e industrial, el comercio, la educación, el amor...


(como si fuera un cuento)

El presidente de un tradicional equipo de fútbol de algún país del hemisferio sur concedió una entrevista a varios periodistas europeos. Se estaba estrenando en el cargo, había viajado a Europa para acordar unos partidos amistosos de su club con destacados conjuntos del viejo continente, y quería dejar la mejor impresión con respecto a sus planes de mediano y de largo plazos.

La mejor impresión debía ser, pensaba, aquella que produjera conmoción y mereciera titulares, columnas de opinión y comentarios en los medios de todos los continentes. Pensó que su país, azotado por lo que los políticos y los periodistas llamaban "el flagelo" del narcotráfico, podría enorgullecerse si él, en una de sus primeras intervenciones públicas ante comunicadores europeos y de su nación, mostraba que sus intenciones como dirigente deportivo estaban a la altura de los mandatarios de cualquier país desarrollado. Durante varios años, mientras se preparaba para llegar al más alto cargo en la dirección de la institución deportiva, se había documentado sobre la historia del deporte, y conocía muy bien los pormenores de la gestión que la mayoría de dirigentes de distintas ramas del deporte habían adelantado durante los últimos cincuenta años.

Grandes logros, superación de enormes obstáculos, tremendos retos para mantener y engrandecer ante los aficionados, el país y el mundo los clubes de fútbol. Pero, también, la mancha imborrable de unos títulos que juzgaba dudosamente ganados. Durante cerca de quince años, oscuros personajes de las mafias habían decidido que una forma "elegante" de lavar millonarias sumas de dinero obtenidas como resultado del cultivo, el procesamiento, la exportación clandestina y la venta del polvo blanco que tanto apetecían cientos de miles de habitantes de los países del norte, era "invertir" en "el deporte más grande del mundo".


Al club había llegado una tarde un señor con cara de campesino, escoltado por una docena de gigantes que exhibían sin recelo y sin vergüenza, más bien sí con unas ganas mal disimuladas de que todos las vieran, una variedad de armas cortas de todas las marcas y todos los calibres. El "Patrón", única manera de dirigirse al campesino sus custodios y de referirse a él frente a cualquier otra persona por fuera del grupo, entró a la sede del club gritando vivas al equipo y declarando que era el de sus amores desde que era un niño; atravesó pasillos y salones sin siquiera mirar qué o quién había en ellos, como si viviera en la casa, y se dirigió casi con prisa hasta la oficina del presidente de entonces; con una mirada apoyada por las de sus guardias se hizo abrir la puerta de uno de los tantos asustados empleados de la sede, y entró anunciando que quería comprar muchas acciones, que estaba dispuesto a aportar dinero suficiente para que se hicieran las mejores contrataciones tanto del medio local como del exterior, que con su apoyo el equipo podría sumar varias estrellas a su escudo, que dónde firmaba y a nombre de quién giraba un cheque, y que por cuánto.

El presidente estaba hablando por teléfono, y frente a su escritorio estaban sentados el director deportivo, el asesor jurídico y un tipo con cara y facha y legajos de administrador. Se miraron, miraron al campesino, dejaron de hacer lo que estaban haciendo y pidieron al mismo empleado que había abierto la puerta al insólito visitante que la cerrara de nuevo, desde afuera.



Dos horas más tarde salieron de la oficina todos los que allí quedaron, con cara de grandes amigos y con prisa por ir a un restaurante del norte de la ciudad para celebrar la vinculación como socio honorario del club del nuevo "mejor amigo" y "benefactor" que habría de contribuir para que el equipo y su hinchada revivieran la gloria de los primeros años de la institución, cuando era casi invencible en los estadios del país y del exterior. Alguien dijo que se tendría una base de jugadores con la cual se podría armar la selección nacional, ir a un campeonato mundial, ganar copas continentales, construir el anhelado estadio...

La historia terminaba con un par de estrellas nuevas en el escudo, una afición feliz, mucho mejores salarios para dirigentes y empleados, nueva sede y...

Y nada más. Seis años después el ilustre socio pagaba escondedero, dejó de ir al estadio y a las celebraciones del club con toda la dirigencia, con hinchas "notables", con políticos amantes del deporte, con estrellas de las del deporte, con reinas de belleza, con famosos reporteros, narradores y comentaristas deportivos. Terminó muerto por otro "patrón" que también invertía en política y deporte y vida social.

*          *          *

El nuevo presidente declaró ante los medios que propondría a los demás directivos del club discutir la posibilidad de renunciar a las estrellas que el equipo de fútbol conquistara durante los años en que el ingratamente recordado socio se había hecho prácticamente dueño del equipo, del estadio, de los resultados, de los jugadores, de los árbitros, de alguna parte de los aficionados, de los buses, de las banderas, de los títulos.

*          *          *

¿Cómo explicar la enfebrecida reacción del país, y aún de algunos países vecinos, ante tan extraordinaria, insólita y más que atrevida sugerencia?

Los periodistas que se habían lucrado con viajes, regalos por artículos y notas favorables a los equipos de la época oscura del deporte, los políticos que habían asistido a tantas fiestas y celebraciones, y que también se habían lucrado con aportes millonarios para sus campañas, los que habían asegurado curules y acceso a cargos públicos en los que podrían nombrar funcionarios a la medida de sus apetitos, las reinas que habían "conquistado" cetros y coronas gracias al patrocinio de otros "patrones", los terratenientes que habían ampliado sus feudos ganaderos y palmicultores, los comerciantes que disponían de suministros novedosos en materia de tecnología para aumentar la oferta de productos con los que se lavaban millones de dólares, en fin, todos los cubiertos a medias o totalmente por el polvo "mágico" de esa misma oscura época de los negocios, de la política, de la vida social, de la farándula, de la proliferación de casinos y juegos de azar, los caballistas insignes que luego actuarían en la arena política, los sicarios que de buenas a primeras hallaron qué hacer en cualquier lugar y a cualquier precio, todos a una comenzaron a pronunciarse a través de emisoras, diarios, noticieros de televisión, revistas electrónicas...

¿Qué dijeron?

Un grupo de parlamentarios prometió renunciar a sus curules, porque reconocía que también ellos habían pecado por aceptación de dineros ilícitos. Tres reinas de belleza dijeron que devolverían cetros y coronas. Seis equipos de fútbol anunciaron que devolverían entre todos nueve estrellas mal habidas. Un expresidente declaró que renunciaría a su pensión de exmandatario porque su elección y su reelección se habían sustentado en la captación de dineros calientes, y tibios y hasta fríos, y muchos de sus ministros y otros funcionarios de sus gobiernos habían sido elegidos para favorecer a los ya favorecidos con recursos de igual o más oscura procedencia. El gobierno de turno anunció que devolvería todas las tierras mal habidas a sus legítimos propietarios, ahora residentes de las calles en las grandes y las medianas ciudades de la patria; más aún, dijo que sometería a debate en el congreso una ley para devolver vastos territorios a los indígenas, llegando inclusive a revisar las concesiones que la Corona Española había hecho a familias de hacendados y esclavistas de los siglos XVIII y XIX, antes de que unos campesinos de alpargata comandados por las guerrillas de Simón Bolívar derrotaran a los "chapetones" y los expulsaran del país dejando campo abierto para que unos criollos oportunistas llegaran a gobernar igual o peor que los ibéricos.


El revuelo y los cargos de conciencia trascendieron fronteras. Uno de los más poderosos gobiernos del norte manifestó en la Asamblea General de las Naciones Unidas que declaraba nulos todos los tratados comerciales que lesionaban la autonomía, la soberanía y la dignidad de los pueblos del sur. Prometió devolver extensos territorios que en una guerra a todas luces injusta y con enormes diferencias entre las fuerzas combatientes había arrebatado a varios de sus vecinos. Devolverían un canal transocéanico comprado de manera similar a como casi un siglo más tarde los narcotraficantes compraban equipos de fútbol y políticos y reinas y tierras y empresarios.

Dieciséis damas de la alta sociedad, también en un país del norte, decidieron entregar sus diamantes, extraídos con sangre de miles de africanos, a varias entidades para programas sociales, para la lucha contra el SIDA, para la atención a los millones de drogadictos del hemisferio, para la promoción del deporte, para programas de apoyo a la producción campesina, para la educación. Y lo mismo hicieron otras damas con joyas, propiedades inmuebles, yates, automóviles de altísima gama.

La misma Corona Española hizo eco de la epidémica fiebre moral y el propio Rey, en un discurso ante las Cortes, hizo saber (así lo consignaron los medios de la península) que se devolverían a los pueblos del sur miles de piezas de orfebrería y de plata, que se pagarían compensaciones por el estaño y el cobre y el zinc y las maderas y la flora y la fauna que se extrajeron durante siglos de espadas y de cruces.

Los lectores de esta crónica podrán imaginarse y añadir a este relato todo lo que ocurrió después. Un despelote de tal magnitud no puede ser registrado, inventariado y expuesto por un simple escritor de blogs.

*          *          *

Las estrellas de polvo se esfumaron.



Frente a la realidad real, a veces es mejor lo que sugiere una buena canción:

lunes, 17 de septiembre de 2012

Decir amigo...

Nota previa: como se han inventado que existe una fecha fija y precisa en el calendario para celebrar la amistad, y como hay presiones enormes para que la celebración se cumpla con dádivas y mensajes, y como hay tantos que se acogen a los llamados que se hacen desde millares de lugares para que nos sumemos a la causa, opto por plegarme a la convocatoria, distanciándome al mismo tiempo. Declaro que cada lector es amigo y que cada amigo es cómplice (aún involuntariamente) de las palabras que siguen.

Segunda nota: Porque mi amigo Fernando Estrada se cranea semanalmente unos textos pensando generosa y solidariamente en Palmira, dejo aquí un enlace a su más reciente publicación (y ojalá lo sigan leyendo).
http://www.palmiguia.com/columnistas/fernandoestrada/palmira_tulua.html#.UFfhqbDxx0g.gmail


Se trata en gran medida de la memoria, la más simple y la más directa, la inexcusable y hasta involuntaria...

Los amigos se quedan en el borde de cada circunstancia nueva, en parte porque la han hecho posible del modo en que la podemos vivir. Y entonces reaparecen, y saludan, y confortan, y traen consigo juegos y parques, tejados y árboles, novelas y canciones que se instalaron entre nombres, paseos, fiestas, riesgos y tragedias...

Y entonces uno puede decir que está hecho de amigos, pasajeros de los momentos que vale la pena recordar, que debemos recordar para sentir que hay huellas de lado y lado de los caminos, y que los cruceros y las desviaciones son apenas accidentes (porque hay cicatrices, de las que sentimos felices y de aquellas que todavía duelen un poco).


Transcribo la canción de Serrat:
Decir amigo es decir juegos,
escuela, calle y niñez;
gorriones presos de un mismo viento
tras un olor de mujer.
Decir amigo es decir vino,
guitarra, trago y canción,
furcias y broncas y en los tres pinos
una novia pa´ los dos.
Decir amigo me trae del barrio
luz de domingo, y deja en los labios
gusto a mistela y a natillas con canela.
Decir amigo es decir aula,
laboratorio y bedel;
billar y cine, siesta en las Ramblas
y alemanas al clavel.
Decir amigo es decir tienda,
bota, charnaque y fusil;
y los domingos a pelear hembras
entre Salou y Cambrils.
Decir amigo no se hace extraño
cuando se tiene sed de veinte años
y pocas pelas y el alma sin medias suelas.
Decir amigo es decir lejos
y antes fue decir adiós,
y ayer y siempre lo tuyo nuestro
y lo mío de los dos.
Decir amigo, se me figura
que decir amigo es decir ternura.
Dios y mi canto saben a quién nombro tanto.

Apenas sí sospecharán algunos que todavía vuelven sus nombres en los días de ahora, que en los humos de mis cigarrillos y en el dulce amargo del café se hacen dibujo mañanas y tardes y noches que elegimos para ser juntos las memorias recurrentes de un cuento, de un poema, de esta nota.

jueves, 16 de agosto de 2012

Compensaciones (II)



Va la segunda...
Creer en la magia

"No hay primera sin segunda,
me dijo doña Facunda..."


Generalmente no percibimos las verdades sencillas de las canciones populares, tan llenas de sensibilidad y de juicios atinados sobre las rutinas cotidianas. Quizás por esa misma razón nos pasan por encima -o al lado- circunstancias, oportunidades, puertas de ingreso a la comprensión, posibilidades de torcerle el cuello a tanto que creemos real, inamovible, determinado, pre-destinado (tantas formas de llamar a lo que desatendemos).

Un viejo amigo dijo alguna vez que la fe debe sustentarse en la creencia en lo que vemos. Y es que resulta altamente probable que mucho de lo que se vive se transforme si se atiende a las circunstancias que procuramos más que a las fantasías, a los supuestos, al mal desear del que habla Estanislao Zuleta en Elogio de la Dificultad:
"...En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y peligros, un nido de amor y por lo tanto, en última instancia, un retorno al huevo. En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y de preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido."
En 1983, tras terminar mis estudios de Comunicación en la Universidad del Valle, Rodrigo Romero, docente del Departamento de Filosofía, me propuso ser su monitor en un Seminario introductorio para estudiantes de primer semestre del plan de estudios de esa unidad académica. Halagado, acepté, aunque también me tentaba la idea de trabajar con Adolfo León Gómez, quien entonces avanzaba en la traducción del francés al español de El Imperio Retórico, de Chaïm Perelman. El asunto es que para poder ser monitor, de acuerdo con los reglamentos de la universidad, se debía estar matriculado en al menos tres materias ofrecidas por cualquier facultad o departamento de la universidad.

No me costó mucho trabajo decidir que, mientras avanzaba en mi trabajo de grado, podría tomar algunos cursos en temas que me parecían interesantes o necesarios para mi formación. Matriculé Estudio Musical Básico y Piano Complementario, en la Escuela de Música, e Historia de la Filosofía (Platón). El último de estos cursos lo dictaba el maestro Lelio Fernández, quien me regaló la posibilidad de sentirlo amigo, me permitió escuchar sus deliciosas charlas en clase y me distinguió al finalizar el semestre con la mayor distinción que puede hacerse a un estudiante: me pidió que hiciera la evaluación de todos los compañeros del curso y que determinara las calificaciones de los trabajos finales, respetando mis criterios y mis observaciones.

Una tarde de viernes encontré en la cartelera de la Facultad de Humanidades una invitación para un Simposio sobre Maquiavelo que tendría lugar en la Casa Italiana, justamente el día siguiente desde las primeras horas de la mañana. Habría un grupo de panelistas estudiosos de la obra del polémico florentino. La inscripción costaba "un buen billete", al menos en la óptica de un estudiante con salario de monitor, y tras leer la información pensé que me perdería otro de los muchos buenos eventos que se programaban ocasionalmente en Cali.



Sin embargo, quizás porque la información estaba justo en la cartelera instalada en la puerta de ingreso del Departamento de Filosofía, frente a la oficina de Lelio, uno de los organizadores, se me ocurrió que podía hacer una apuesta para poder asistir al Simposio. Escribí una notica en la que le decía que no disponía de dinero para pagarme la inscripción, que me interesaban muchísimo las charlas y los temas de debate que se listaban en el programa y que, por tanto, estaría muy a las siete de la mañana en el lugar donde se realizaría el evento, confiando en que podría participar en el mismo. Al final escribí: "Creo en la magia".



El sábado me levanté muy temprano. Tomé un bus y luego caminé hasta Santa Rita, bordeando el río Cali y disfrutando del sol mañanero que sabe celebrar los mejores días de la ciudad. Lelio también había madrugado y caminaba con un amigo por los prados de la orilla, esperando que se abrieran las puertas de la casa. Me vio llegar, me saludó, y me dijo:

— Cree en la magia, Jaime.


*          *          *          *          *

Creer en la magia hace posible que suceda lo esperado (otros dirán que lo inesperado, pero eso tiene que ver con el modo como nos percibimos).

El 14 de diciembre de 2001, con ocasión de mi cumpleaños, recibí la visita de una pareja de amigos. Tras saludarnos, me entregaron un hermoso paquete de regalo. Era evidente que se trataba de un libro, y me invitaron a destrozar el papel que lo envolvía, mostrando una expectación casi mayor que la mía.

Liberado del papel de regalo hallé un libro. Un objeto un poco raro, pues se trataba de un ejemplar con encuadernación de lujo, y letras doradas en la portada y en el lomo. Leí "El Heptamerón", recordando los cuentos de Margarita de Valois, reina de Navarra, y abrí el libro para encontrar que en la primera página estaba mi firma, con una anotación que indicaba que ese texto había sido mío veintidós años antes, el 20 de octubre de 1979.

Mis amigos hallaron ese libro en una venta callejera, en Cali. Quizás andaban caminando como yo suelo hacerlo cuando busco que la suerte me sorprenda con aquello que merezco. Les llamó la atención, lo tomaron en sus manos y descubrieron que me había pertenecido. No preguntaron al vendedor dónde lo había adquirido, porque habría sido una torpeza. Lo compraron pensando que un buen regalo, más que el libro, sería poder decirme que en la vida hay reencuentros y magia y cruces de variables insospechadas, amables e inolvidables.

Aún tengo en mi biblioteca ese ejemplar, que me habla de la magia de los amigos y de la espera activa.

Y sigo creyendo en la magia.


NOTA FINAL: Lelio Fernández hizo en 1992 una nueva traducción de El Príncipe, de Maquiavelo, para Editorial Norma. Buscó los textos originales y emprendió la tarea porque sentía que las versiones conocidas en nuestro idioma no eran del todo fiables. Su trabajo contiene una introducción que él mismo hace, y dos textos complementarios (Virtud y fortuna en Maquiavelo, de Angelo Papacchini; La antinomia del pensamiento maquiavélico y Génesis y carácter de El Príncipe, de Luigi Russo), además de una colección de citas a propósito de Nicolás Maquiavelo, una Cronología y una Bibliografía.

lunes, 30 de julio de 2012

Compensaciones


La primera (para la segunda faltan quince días)

Se creerá que los bancos tienen todas las de ganar y que nosotros, sufridos pero no siempre pacientes usuarios de lo que en esas instituciones dan en llamar “servicios”, aceptamos no sólo de buen grado sino con humildad de bueyes sus estudiadamente “leves” atropellos de cada día.

Pero no hay tal. Gervasio Domínguez ha estudiado, con la minuciosidad que caracteriza a los colombianos de bien, algunos modos de incomodar (es lo menos que se puede) a los funcionarios de una entidad crediticia española que, en adelante (hay que cuidarse), llamaremos simplemente “banco”.

Gervasio ha cancelado cumplidamente sus obligaciones hipotecarias durante seis años. Cada fin de mes acudió a alguna de las sucursales del banco, hizo la fila respectiva e hizo el pago correspondiente a la cuota vencida de cada ocasión. Pero advirtió, ya en la tercera cuota, que las cuotas no se pueden pagar con la cifra exacta que indican las puntuales facturas que llegan a su casa. Por ejemplo, el último mes debía abonar seiscientos setenta y un mil ciento diecinueve pesos. Como en Colombia se abolieron las monedas de uno, cinco, diez y veinte pesos, dejando solamente en circulación las de cincuenta, cien y quinientos, entregó al cajero de turno seiscientos setenta y un mil ciento cincuenta. El tipo lo miró un poco extrañado, pues seguramente hubiera esperado dos monedas de cien en lugar de tres de cincuenta, pero aceptó el pago sin más, cuidándose muy bien de ingresar en su computador el valor que indicaba la factura. Total, Gervasio perdió apenas treinta y un pesitos.



Pero Gervasio ha aprendido a ser desconfiado, y se tomó el trabajo de buscar en Internet cuántos clientes podría tener el banco, sin contar las personas que acuden a sus oficinas a pagar servicios públicos u otros “servicios bancarios”. Como no halló cifras “oficiales” de la entidad, pensó en hacer algunos cálculos con base en informaciones periodísticas, publicidad del banco, investigaciones sobre el mercado hipotecario en el país y cuantos datos pudo encontrar en la gran red. Justamente el día de sus dudas y sus consultas, un periódico anunciaba que el banco había ampliado su cobertura pues acababa de incorporar a su red de oficinas (250) las de otro banco (132), tras una operación de “fusión por absorción” felizmente oficializada la semana anterior.

Gervasio pensó que si era cierto que el banco, como se jactaba en sus informes, había llegado a abarcar el veintidós por ciento del mercado hipotecario del país, no podría contar con menos de un millón de clientes, cifra que le pareció “redonda y simple”, como explicó después de intentar cálculos más precisos pero dándole ventaja al banco en cuanto al número de ciudadanos que cancelan cuotas de créditos cada mes “en toda la geografía nacional”, como anotó mi buen amigo.

Además, Gervasio imaginó (porque la imaginación también cuenta a la hora de hacer cuentas) que del millón de clientes que mensualmente pagaban alguna cuota al banco, o recibos de servicios públicos, o “servicios bancarios”, no menos de un 80% tendrían que cancelar cifras “no redondas” (es decir, cerca de ochocientos mil pagarían al banco cuentas que se expresarían en términos de pesos que no llegarían a cientos): en el peor de los casos —para el banco— alguien tendría que enfrentar una cifra como dos millones seiscientos cincuenta y nueve mil novecientos noventa y nueve mil pesos, de manera que el banco se ganaría un peso sin hacer más que el recaudo. Pero seguramente (imaginó Gervasio) el banco obtendría ganancias mayores, porque es más que inusual que en los cobros aparezcan cifras tan cercanas a un cien redondo.



Así las cosas, lo que Gervasio entendió es que el banco se hacía a unas buenas ganancias al no tener que devolver el excedente que pagaban sus clientes al hacer los pagos por sus facturas mensuales de hipotecas y otros servicios bancarios.

Gervasio pensó: “Si estos tipos tienen un millón de clientes, y si del millón de clientes un 80% paga cuotas mensuales que no llegan a cientos “redondos”, es posible que en promedio esos clientes le dejen al banco más o menos 20 pesos por cada transacción, lo que significa que el banco gana veinte millones de pesos cada mes, dinero que le sirve para pagar a diez cajeros (los bancos, y éste en particular, no pagan dos millones de pesos por cajero cada mes).

    Malditos —dijo Gervasio, y calló, mientras pensaba en su venganza.

Como el banco advertía a los clientes que debían cancelar sus cuotas en las fechas previstas, para poder liquidar con exactitud intereses o beneficios, Gervasio pensó que si pagaba sus cuotas unos días antes del vencimiento el banco debería reducir el monto de los pagos siguientes.

Al banco esto no le gustaba, aunque por ley debía advertirlo a sus clientes: si pagan antes de la fecha de vencimiento de las cuotas pactadas tendremos que reducir al importe de las siguientes, y eso no solamente nos duele sino que implica que trabajemos: lo mejor es que paguen en las fechas que fijamos (que están claramente indicadas en las facturas que enviamos a sus casas).

Gervasio dijo:

    ¡La berraquera! ¡Los jodí!

Y adelantó ahorros, y apuró fechas, y dejó de freír un huevo tres días antes de la fecha en la que el banco esperaba la siguiente cuota. Y pagó lo que “el sistema” indicaba. Y el cajero le dijo que no era bueno cancelar antes de lo indicado. Y Gervasio no dijo nada (tendrían que re-liquidar los pagos, y perderían algunos pesos, y habría algo más de costos por papelería y tiempos de trabajo de algunos empleados).

El mes siguiente Gervasio halló que en su factura la cuota se reducía en cuarenta y tres pesos. El logro no le pareció tan grande como las ganancias mensuales del banco, pero pensó en el tiempo que habían debido dedicar dos o tres funcionarios para reliquidar sus cuotas, y en la obligada y mínima reducción de su siguiente pago. Y estaba feliz, y hasta con ganas de hacer públicos sus hallazgos.

Y Gervasio decidió, por una vez en más de quince años, comprar una botella de buen vino e invitar a disfrutar porque sí a siete de sus mejores amigos.

Luis Jaime Ariza Tello

En Bogotá, julio 30 de 2012 

lunes, 25 de junio de 2012

Una marimba de chonta



No. 2:

A Críspulo lo conocí en Tumaco, hace ya casi treinta años. Lo llamaban de todos los grupos de danzas que había en el puerto, porque sabían que no había otro como él para tocar el bambuco viejo, un currulao, un punto...

Críspulo ya era viejo entonces. Pero viejo de puro saber, no de tiempo. Y era un maestro de hacer, no de hablar. Y los jóvenes entonces lo querían para que los iniciara en los secretos de la marimba, porque andaba por el pueblo la idea de que con ella se alcanzaban no sólo los conocimientos de la música de los mayores sino, además, la sabrosura del cuerpo cuando se baila y el sentimiento de pertenecer a una comunidad.

El viejo Críspulo era serio, de una seriedad como la de los pescadores que salen a sus faenas a las dos de la mañana y se aventuran en un mar que sólo ellos conocen. Y la seriedad de Críspulo era la misma de las cantaoras en los velorios de santos y de muertos. Si lo sabré yo, que he sido titulado "cununero" en Salahonda, en una noche de velorio en la que me atreví a reemplazar al sudoroso y agotado Ancízar después de golpear los parches en media docena de arrullos y de bogarse media botella de chapil.

Como Críspulo, varias generaciones de la familia Torres, en Guapi, prefirieron quedarse con la insistencia del bordón y la alegría de los adornos en las notas altas de una marimba porque sentían que iban siendo los últimos cultores de una música que tiene detrás toda la fuerza de los negros que algún negociante de la vida quiso arrancar de las costas africanas hace ya más de cinco siglos.

Me han dicho que Críspulo murió ya hace unos años. A Tumaco no he regresado desde el último año del siglo pasado, y sé que es un pueblo muy diferente del que me acogió hace ya veintisiete años: entonces había música permanente, menos carros (la pavimentación de la vía a Pasto llenó de "serranos" los fines de semana de El Morro), y uno viajaba a Candelilla de la Mar, por el río Mira, y podía degustar décimas, adivinanzas, cuentos y canciones de la mejor tradición. Críspulo debe andar reunido no sé dónde con Benildo Castillo, el decimero que contó mil historias del Pacífico nariñense para que su gente no olvidara de dónde viene.




Los pueblos envejecen más cuando creen que se hacen jóvenes. Mejor dicho, se acaban. Y lo que acaba en un pueblo es la idea de identidad que va siendo arrinconada por las novedades que pretenden llevarlo a la fuerza a las modas.

Algunos amigos quedan aún tratando de recordar por la mayoría, y ensayan en un parque los bailes de los abuelos, y vuelven a las historias y a los cantos que aseguraron por mucho tiempo que las gentes del Pacífico tuvieran la savia de una identidad que tanto costó. Otros descubren que pueden enriquecer a quienes quieren integrarlos a una difusa y dudosa "cultura nacional", y persisten en su empeño por redescubrir orígenes y tradiciones. Hace treinta años todavía se escuchaba la voz de Faustino Arias Reinel contando la historia de los barbacoanos que, como él, llegaron a la costa de los ancestros Tuma huyendo de tragedias vinculadas siempre con el oro del río Telembí. El maestro Faustino cantaba y encantaba con las Noches de Bocagrande, que muchos interioranos piensan que habla de Cartagena y no de la playa inmensa y hermosa donde se puede jurar amor eterno al vaivén de una hamaca, con una brisa interminable y un verde mar infinito que se arropa con millones de estrellas. Su Alma Tumaqueña se hizo himno, pero ya pocos saben de su autor y del sentido de sus versos.

Como Críspulo y como Benildo y como Faustino, todavía andaba en mis tiempos de habitante de Tumaco Leonidas "Caballito" Garcés, gozón, dicharachero, encantador, poseedor de una sonrisa grande, como la que pueden mostrar quienes se saben ciertos en sus expresiones.


Si no es de chonta la marimba no suena como debe. Se sabe más allá del río Mataje, una frontera inventada por gentes que adoptaron como tradición la burocracia y el apetito por el poder, en Esmeraldas, donde se canta y se baila igual que en Tumaco porque los dos pueblos han compartido olvidos y penurias.

Que esto no sea cuento es bueno, porque de otro modo habría quien imaginara que se habla de ficciones. Y es bueno porque seguramente la evocación de personajes que hacen música y cuentan historias, y cantan, puede inspirar o emocionar o alentar a quienes hoy se sienten perdidos o extraños o exiliados en sus propios suelos.

Que no se quede en cuento puede ser mejor....

martes, 12 de junio de 2012




De algún modo "me libro"...


Justamente "me libro" porque andar con tantas notas acumuladas en tantos años comienza a hacerse una carga pesada, y hay amigos que han creído alguna vez que tanta carreta y tantos sueños podrían llegar a imprimirse y tener una encuadernación amable, esa especie de pequeños regalos que son los buenos deseos de quienes llegan a creernos, o esas fantasías que a veces tenemos pensando que los divertimentos del lenguaje pueden entretener a otros que quizás lleguen a ser amigos.

"Me libro" imaginando que aquí comienza a desplegarse ese manojo de hojas sueltas, que se articulan diversos momentos que son recuerdo e historia, memoria y destino, expresiones de la razón y del delirio, a veces sólo juegos, o pequeños homenajes a escritores que he querido. Me (hago) libro de un modo que hacen posible las máquinas que apenas hace media vida creíamos producto de los cuentos de Ray Bradbury, Isaac Asimov, Arthur Clarke, y tantos geniales creadores de posibilidades, ilustres y dignos sucesores de Julio Verne.


No hay grandes pretensiones. Tal vez una, importante, es volver a mis amigos de muchas épocas y lugares, siempre grata y amorosamente recordados. Este es un modo de darles los buenos días y los buenos años que nos dimos y nos seguiremos dando sin tiempos y sin distancias. Muchos encontrarán aquí señas y guiños, evocaciones y anécdotas, complicidades, algo de humor y algo de literatura y algo de las simples ganas de provocar de nuevo los encuentros. En otro blog me libro de otros modos.

A ver cómo "me libro" aquí:


1. El amor develado

Un hombre y una mujer caminan, tomados de las manos, por un paraje cualquiera. Creen que no debe importarles el tiempo, y que no tienen más necesidades que las de sentirse, corresponderse y, de vez en cuando, hablar uno con el otro. Piensan que un sentimiento único e irrepetible los alimenta y llena de sentido sus vidas. Perciben que en ellos se realiza un destino cósmico, cuya trascendencia en la evolución del Universo es decisiva. No saben que sólamente sueñan.


2. Amor sustantivo


Árbol luna prado manos flores Juan besos María tacto seda desnudez labios cabello calor unión aliento sudor gemido sal lenguas rumor estrellas frescura viento placidez sueño aurora canto montaña camino aldea cabaña sol día felicidad.




3. Sin palabras


Hablaban las manos, hablaban los labios cuando callaban, hablaban las piernas que se entrelazaban con sus cuerpos, hablaba la piel tersa a la piel áspera de la madrugada, hablaban el pecho y el vientre, hablaba un sexo con otro. Hablaban, querían hablar y casi gritar en sus niveles y en sus posibilidades, con sus temperaturas y sus vibraciones, con el bullir de adentro, con sus acomodaciones; con los ojos, con sus más recónditas superficies, con sus pliegues. Descifraban mensajes que no llegaban siquiera a los linderos del pensamiento o de la voluntad. Y se decían lo que sólo así podían decirse.