jueves, 3 de octubre de 2013

Sergio, 19 años

La tradición, una de las buenas que tenemos, invita a que consideremos complemento importante de nuestros proyectos de vida tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro. Pero los proyectos a veces se diluyen o se transforman, o se aplazan o se olvidan, porque la vida ofrece o impone o regala o niega, y así vamos bebiéndola a sorbos, no todos de la misma botella ni disfrutando los mismos sabores.

Tengo tres hijos magníficos. Cada uno es como es, y cada cual es especial. Incomparables, y todos ellos semillas germinadas, árboles que dan frutos acordes con sus propias parcelas, y libros que se escriben con el gozo y la cautela de quienes afirman en cada día sueños y realidades ciertas.

Este 1 de octubre Sergio, el menor, llegó a los 19 años. Hubo la celebración que él quiso, con seis amigos entre sus compañeros de colegio y los nuevos que la vida universitaria le ha regalado. Celebraron con juegos, con esa idea de inventar mundos posibles que quizás contienen utopías similares a aquellas que movieron a mi generación y que tuvieron expresiones poderosas en la Revolución de Mayo de 1968, en la música que transformó conceptos y sensibilidades en la época brillante de los transistores (y que nos acercó al resto del mundo y configuró unos maravillosos gustos eclécticos, que abarcaba nuevas olas y boleros y tangos y guarachas y festivales de la canción que todavía no parecen superados), en una literatura que destruyó modelos y propuso modos diferentes de estar en el mundo, en conceptos sobre el amor que demolieron convenciones tenidas por inamovibles destinos, en la conquista de una luna que hasta entonces creímos territorio de idealistas enamorados y de mucho queso.

Creo que es bueno que se regalen recuerdos, sobre todo cuando éstos se han fabricado con las expectativas de un padre frente a la exploración del mundo por parte de los hijos niños.

Sergio me sorprendió temprano en su vida porque decidió leer antes de cumplir los cuatro años, disfrutando un juego que diseñé en compañía de un grupo de amigos para aportar a la alfabetización de adultos en el Pacífico colombiano. Leyó porque le dio la gana, y leyó con ganas. Y decidió saberse los nombres y las diferencias entre los ejemplares de un zoológico prehistórico lleno de tiranosaurios, diplodocus, parasaulophus, arqueopterix, tigres dientes de sable y vaya uno a recordar cuántos más animales de fábula que registraba con rigor de niño y con sueño de investigador.

Después se dejó tentar por la anatomía, especialmente por los huesos humanos. Reconocía, nombraba y ponía en su lugar casi cada uno de los doscientos huesos que tenemos los humanos. Pudimos encontrar un rompecabezas que sirvió para confirmar su memoria prodigiosa.

Entre tanto, el lenguaje lo sorprendió con millones de alternativas y posibilidades.

Y hubo la música, y algo parecido al teatro, y un humor que lo hizo más inteligente y amable y querible. Unas músicas que recorrieron el camino de las canciones de Jairo Ojeda y tonadas infantiles de muchas lenguas y muchos países, que se fundieron con las de los recuerdos de sus padres, que fondearon en los mares del clacisismo (durante más de tres años hizo suyos mis discos de Ravel, de Bach, de Mozart, de Bethoven...).

Y hubo ternuras que todavía me duele que no sean las de hoy.

Y hubo expresiones de locura que envidiaba su padre (con siete años, parado sobre la mesa de un comedor en el Colegio Montessori de Cali, gritó que amaba a Laura, una compañerita de su edad que quizás un día le regaló un beso, y que otra vez lo desairó, ese día en que llegó cantando un trozo de la canción de Polo Montañez que habla de quien en el amor es un idiota....).

Esa semilla, ese árbol, ese libro, cumplen 19 años.

No es un chico estudioso, pero supo alcanzar el mejor ICFES de su colegio e ingresar a la Universidad Nacional obteniendo un puntaje que lo situó en el puesto 16 entre 2000 aspirantes a un cupo en Ingeniería de Sistemas.

Que se haga su voluntad, y ojalá que haya una voluntad de vida y de afecto por la vida que lo hagan un buen sujeto.

Feliz cumpleaños, hijo, árbol, libro.

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