NOTA: No hay una dedicatoria porque hay una dedicación... Vos sabés.
Caro Recuerdo
Puede ser la lluvia. O tal vez no. También hay un café y
la neblina de un par de cigarrillos que se ha instalado a la altura del techo y
allí se difumina por la sala. Hay otras circunstancias, y hasta una colección
de objetos que me acompaña en un espacio que ha ido recibiendo mis recuerdos,
los trazos discontinuos de otros tiempos, de empresas iniciadas o terminadas,
de dulces fracasos, de quimeras y sueños, la historia que desordenan los libros
y los discos en un alfabeto que impone otros sentidos, aquellos que propone
cada visitante, tantos y diferentes modos de armar el andamiaje para futuros
encuentros e inimaginadas ocupaciones o proyectos. Y con la lluvia vos. Como un
espejo, el otro lado de esa fotografía que rescataste del montón de tantas otras, un viaje en tren
por entre las montañas que cercan tu ciudad, que es la mía, donde otra ventana
me asoma a tu mirada perdida en los múltiples temas que siempre traen las
lluvias, o el café, o los libros, y siempre la música.
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Pensar que hay un espejo me ayuda a imaginarte; ver
llover es para mí situarse como tras una cortina, no porque busque ocultar el
afuera sino porque hay el anhelo de volcarme hacia adentro. Y el mío esta tarde
sos vos, pidiendo que adivine qué canción le vendrá bien a tu nostalgia. Y
busco (Adamo, Albano, Aznavour…) esa tarde en que pude simular que recorría tus
mismos caminos bajo el sol liviano de las cinco y el profundo azul que tantas
veces rompe las fríos de mi ciudad, la tuya, y que se instala en las paredes de
las casas, en el parque (niños y perros, parejas en los prados, el vendedor de
helados o de golosinas), en el sol de la callecita donde te imaginé, el pelo
suelto y los pasos tranquilos de quien puede dejar el trabajo y las
obligaciones encerradas, bajo llave, como bien les viene y merecen de vez en
cuando; una calle como todas las calles de las adivinaciones y el deseo, y que
está en todas las ciudades del planeta, en la que se espera y se siente una
presencia que es justo aquella que se reclama del otro lado del espejo, la
carta o la fotografía…
La música te trae, te propone desandando caminos,
forzando los recuerdos hasta una invención en la que llegamos a estar juntos, capaces
de abolir los mundos del espejo, dispuestos a mirarnos del otro lado de esa
fotografía, que a duras penas se sugiere en la línea que proponen tus ojos (los
míos: estoy allí, te miro, vos sabés), y entonces busco entre los discos otra
canción (la que me estás pidiendo, la que propone ese otro modo de decirnos
cuánto nos buscamos), y la encuentro justo en el momento en que recuerdo un
texto y lo leo (te leo) y regreso a la imagen de tu fotografía, a ese espejo
que devuelve un gesto tuyo que confirma mi esperanza en esta tarde nuestra de
lluvias y calles, y de espejos.
En Bogotá, febrero 26 de 2014